La Escuela de Hostelería de Sevilla se sitúa, en el umbral del nuevo milenio en el que se empiezan a romper las fronteras territoriales, con una gozosa experiencia de dos promociones, más de 100 alumnos, insertados en la construcción de Europa desde una parcela que día a día se cualifica más técnica, más profesional y más competitiva. La Escuela insiste día a día en dos ideas fundamentales que tienen que ser la nota diferencial: la pérdida de fronteras no debe suponer pérdida de identidad y la calidad como fruto de la formación. Esta escuela de prestigio ha contado para sus cursos y seminarios con la colaboración de grandes maestros de las talla de Stefhane Ruel, Fabio Morisi o Juan Gómez, entre otros.
Esta vez le ha tocado el turno al maestro paellero Juan Tamarit, ya que es el protagonista de un seminario organizado en la Taberna del Alabardero y que tendrá una duración de tres días. El objetivo de este seminario, que cuenta con un total de 40 alumnos, muchos de ellos amas de casa, es según indica el propio Tamarit: “dignificar la cultura del arroz según mandan los cánones, es decir correctamente”. Para ello los alumnos aprenderán a cocinar los tres tipos de arroces que existen: el meloso, el seco y el caldoso y así, le perderán el miedo que le tienen, ya que para este valenciano: “el 90% que sale de mi seminario le ha perdido el miedo al arroz”.
Durante la rueda de prensa en la que se presentó a los medios de comunicación el seminario que tendrá lugar estos días, Juan Tamarit elaboró un arroz caldoso a base de setas, alcachofas y conejo y otro arroz más sencillo, el abanda. Asimismo, el maestro hizo hincapié en la importancia que está alcanzando el arroz y los que se dedican a su elaboración. De hecho, señaló que “cada vez son más las llamadas a los arroceros valencianos para organizar cursos tanto dentro como fuera de casa”.
El curso del arroz es uno de los más demandados por el público y es que el arroz es uno de los platos más socorridos siempre que el cocinero o la cocinera gocen de imaginación necesaria, pero sin llegar nunca a los límites de la paella folclórica, en la que todo lo que se le eche vale.