Cuando aparezcan estas líneas, el nuevo curso académico apenas habrá iniciado su andadura. Tiempo de mudanza, pues, para muchos docentes – traslados, nuevas funciones, etc. – pero, muy especialmente, para aquellos afortunados que obtuvieron plaza y se incorporan a la tan ansiada vida funcionarial tras haber obtenido plaza en las recientes oposiciones. Tiempo de ilusiones cumplidas y proyectos largamente soñados que habrán compensado meses, años, tal vez, de horas robadas al descanso, de renuncia a lo que damos en llamar 'placeres cotidianos', muchas veces traducidos en algo tan elemental como compartir la vida familiar, asistir a un espectáculo, frecuentar el trato de los amigos o, simplemente, leer un libro o escuchar música.

Pero también son tiempos de congoja y aflicción, de desesperanza, cuando no de indignación, "para aquellos opositores desengañados" que, como se lamenta mi comunicante, "a golpe de temario-tocho, y tras haber obtenido la calificación final de sobresaliente (¡se han dado casos de 9,5!), se ven rebasados en la línea de meta por aquellos otros que, pese a no haber pasado del 5 ¡hasta no hace mucho, contaban incluso los suspensos rotundos!, han visto incrementado su 'patrimonio' con una serie de méritos postizos, tales como experiencia docente en centros públicos (la enseñanza privada apenas cotiza), cursillos a gogo y demás 'beneficios legales' que, en modo alguno, deberían servir para "compensar una preparación deficiente", beneficios contemplados por un sistema que, en opinión de los perjudicados, fomenta la aleatoriedad, privilegia a los mediocres y penaliza la excelencia.

De todos modos, el procedimiento de selección del profesorado nunca ha conseguido satisfacer a las partes, irreconciliables en sus planteamientos. Baste con recordar aquellas huelgas sonadas protagonizadas por los PNN (profesores no numerarios, también llamados 'perennes'), la posterior de los agregados o la extinción del noble cuerpo de catedráticos de instituto, reemplazado por el melifluo eufemismo de condición de catedrático. Los PNN argumentaban – como hoy los interinos – que estaban prestando un servicio al Estado, lo cual debía merecer un reconocimiento explícito. Los 'foráneos' contraatacaban: Los PNN podían sentirse afortunados por tener un puesto de trabajo en la enseñanza pública, con menor carga lectiva, menos responsabilidad e ingresos más elevados que en la privada, caso de encontrar trabajo en ésta. Afirmaban entonces –  no sin razón, pienso –  que se debe  competir sin handicaps de ningún tipo, adjudicando las plazas por riguroso – y transparente – orden de puntuación en los exámenes. Cuestión muy distinta, susceptible de tomarse en consideración, podría ser la valoración de méritos adicionales (publicaciones, participación en seminarios, otras titulaciones, etc.), pero entonces estaríamos ante la figura del concurso-oposición, lo que no es el caso.

Es evidente que, para el acceso a la enseñanza pública, se deberían aplicar criterios que evitasen la exclusión de los mejores, bien mediante reserva de la plaza hasta producirse una vacante, bien mediante la convocatoria por separado – turno libre, turno restringido – de las plazas disponibles. Al menos, nadie podría llamarse a engaño, lo cual no es posible afirmar hoy, cuando los afectados hablan de "oposiciones engañosas", cual sucede en algunos idiomas con los llamados falsos amigos, que parecen lo que no son.

Soy consciente de que al compartir "el dolorido sentir", que diría el poeta, de quienes se consideran perjudicados por el sistema vigente, me expongo a alguna que otra reconvención, aunque nada más lejos de mi ánimo que subestimar el esfuerzo y la ilusión de quienes, legítimamente, aspiran a un futuro estable. En  cualquier caso, esta especie de 'café para todos', que tanta desazón e incertidumbre provoca, es responsabilidad de las autoridades educativas, que harían bien en reconsiderar  la cuestión y  valorar la excelencia por encima de cualquier otro criterio, aunque ello conlleve cierta dosis de impopularidad política. Y es que, como afirmaba Pascal: "La verdad beneficia a quien la oye, mas hace odioso a quien la dice".