Son muchas las empresas que en estos momentos están preparando una nueva plantilla de trabajadores de cara a la nueva temporada.
Un plan de selección bien diseñado asegura que los seleccionados estarán suficientemente capacitados para desarrollar la tarea encomendada, lo que facilitará su adaptación al puesto. Es bien sabido que conforme se asciende en la jerarquía de la empresa la necesidad de conocimientos técnicos es menor. A cambio, los jefes y supervisores necesitan perfeccionar las llamadas ‘habilidades sociales y conceptuales'. Pero, en definitiva, sea para adquirir unos conocimientos técnicos o para mejorar nuestro capital emocional, lo cierto es que la formación continuada es imprescindible. Un jefe que no conoce los recursos informáticos de su empresa, por ejemplo, difícilmente podrá sacarles provecho asignando tareas. Un nuevo empleado con grandes conocimientos de informática, necesitará además aprender a trabajar en equipo con sus compañeros.
A pesar de que es la empresa la que debe preocuparse de formar al nuevo empleado en las tareas específicas a través de sus redes formales (charlas, cursillos, etc.), existen unas redes informales o no reconocidas por la empresa que, bien manejadas, constituyen la verdadera fuente de formación del novato. Estas redes de influencia suelen estar formadas por los más antiguos del lugar. A menudo tienen un líder, que no siempre es el supervisor o mando intermedio de la empresa. Y son los que verdaderamente establecen el ritmo de trabajo que debe seguirse, los turnos de vacaciones, las posibilidades de solicitar un aumento de sueldo, las horas extras que pueden hacerse, etc. Por lo general estos líderes en la sombra pasan desapercibidos para jefes y supervisores, pero son el verdadero motor de la empresa.
Lo primero y más importante para el nuevo es no ir de listillo ni alardear de conocimientos o títulos, pues, en definitiva, desde el punto de vista territorial, el novato es un invasor que se introduce en el territorio dominado por los líderes informales. La humildad y una constante atención interesada por lo que los compañeros nos dicen serán las claves para aguantar el tirón. Nada de hacerse el gracioso o querer forzar la relación con los demás. Deben ser ellos quienes nos inviten a entrar en su círculo. La impresión que causamos a los demás en los cinco primeros minutos de un primer encuentro va a suponer más del 50% del concepto que más adelante tendrán de nosotros, y esto será difícil de cambiar.
Lo mejor es empezar preguntando y pidiendo ayuda para algunas tareas, asumiendo así nuestro papel de inexperto que acepta la supremacía de los conocimientos del veterano. Debemos ser muy observadores y tratar de aprender con rapidez, pues más adelante, cuando ya estemos incluidos en el círculo social de la empresa, pasaremos a ser unos competidores para el resto de compañeros, y es probable que no nos den la información con tanta facilidad. Es importante también aprenderse los nombres de todos y usarlos. Ya sabemos que la música más agradable para una persona es la de su propio nombre.
La relación con jefes y supervisores en esta etapa debe ser lo más discreta posible. No hay que levantar sospechas de posible enchufismo o peloteo. Si nos ponen una etiqueta de este tipo será difícil deshacernos de ella a pesar de que demostremos suficientemente que es infundada. Sin embargo, llegado el momento, no debemos olvidar que el jefe es la persona que más puede influir en nuestro éxito, pero que también el suyo depende en gran medida de nuestro trabajo. Si lo que pretendemos es progresar en nuestra carrera profesional debemos tratar de propiciar los logros de nuestro jefe y hacérselo evidente. Siempre respetando las reglas básicas del compañerismo (los trepa no suelen llegar muy alto) y el sentido común que evita el servilismo.
Es muy probable que tras el estrés de la adaptación llegue una época en la que nos sintamos totalmente integrados y a gusto en nuestro puesto de trabajo. Pero, según los estudios llevados a cabo por la Psicología del Trabajo y de la Organización, también es muy probable que al cabo de los años de realizar las mismas tareas surja el temido ‘burnout' o sensación de estar quemado. Este punto suele indicar el momento de cambiar de trabajo o replantearse el actual. Si el empresario no es consciente de esta situación que vive el empleado, toda la inversión que hizo en la selección y formación del mismo se habrá perdido porque, si no se va a otra empresa, probablemente empezará a despreocuparse de las tareas, resintiéndose la eficacia de la organización. De ahí la importancia de formar a jefes y mandos intermedios en el conocimiento y dominio de las habilidades sociales. William James comprobó que a un empleado eventual le basta mantener un rendimiento del 25% de su capacidad para mantener su puesto de trabajo, sin embargo, el mismo trabajador suficientemente motivado puede alcanzar rendimientos de hasta el 90%.
De ahí la gran importancia de facilitar la adaptación del nuevo empleado.
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