A pesar de que todas las empresas que aspiran a lograr un puesto ventajoso en el mercado reconocen la necesidad de formar y entrenar a su personal, la falta de tiempo se arguye como la principal dificultad para llevarla a cabo.

El tiempo se ha convertido en un bien escaso como el agua, la madera o el petróleo. Aprender a gestionarlo es tan importante como ahorrar las energías no renovables. Pero, ¿es el tiempo un recurso limitado?

Estamos acostumbrados a pensar que las veinticuatro horas del día no dan para más. Quienes disfrutan con sus quehaceres diarios sienten que les falta el tiempo, pero aquellos para los que el trabajo es un castigo divino, opinan que cada día es eterno. Por lo tanto, el tiempo es algo subjetivo, aunque medible.

Según la teoría de la elasticidad del tiempo, la disponibilidad temporal para realizar una tarea determinará la cantidad de minutos empleados para llevarla a cabo. Es decir, que si para realizar un trabajo que normalmente requiere una dedicación de media hora, disponemos de una hora completa; si no existen otros factores que determinen el desarrollo de la tarea, por norma general, solemos emplear todo el tiempo disponible; o sea, la hora entera. Esto significaría que hemos desperdiciado treinta minutos de nuestra vida.

Pero, ¿sería posible recuperarlos? Algunos pensamos que sí. ¿Cómo? Trabajando en paralelo.

De hecho, si somos capaces de realizar en una hora dos tareas que, realizadas secuencialmente, (una detrás de otra) nos ocuparían el doble, y las hacemos a la vez, y con la misma eficacia que si las hiciésemos por separado; entonces hemos ganado una hora en el proceso.

La aplicación práctica de esta teoría son las “comidas formativas”. Consisten en unos cursos sintetizados y reducidos a su mínima expresión comprensible y útil, que se imparten al mismo tiempo que los alumnos disfrutan de su almuerzo o cena, en un ambiente relajado y distendido. El lema es: “Si cuando comes miras el televisor, al menos aprende algo útil”.

Por supuesto, no se trata de sentirse presionado para rentabilizar el día al máximo, sino de hacer posible el desarrollo de tareas compatibles y complementarias. No consiste en sentir que hay que trabajar el doble para evitar que el tiempo se escape, sino en comprender que el trabajo en paralelo puede hacer que la activación producida al realizar una tarea pueda beneficiar el desempeño de la otra. No supone una carga estresante, sino la posibilidad de llevar a cabo la tediosa tarea de la formación, en uno de los mejores momentos del día: la hora de la comida.

La idea del proceso en paralelo no es nueva, aunque pueda parecer extravagante en esta aplicación a la formación. La informática la empezó a usar desde sus inicios con el objetivo de aumentar la velocidad y capacidad de procesamiento de los ordenadores, lo que redundaba en un mayor rendimiento y rentabilización del tiempo.

Habrá quien considere que la hora de la comida “es sagrada” y no puede emplearse para otros menesteres. Pero, tal vez, esas mismas personas están acostumbradas a hablar de negocios o de temas familiares (al fin y al cabo, de la gestión de los procesos cotidianos) durante el almuerzo o cena. En realidad, en el mundo de los negocios en España, es frecuente negociar y cerrar tratos durante un “almuerzo de trabajo”. Entonces, ¿por qué no emplearlo para formarse?

Yendo aún más lejos, también se están llevando a cabo en Andalucía programas de estimulación de la innovación y la creatividad a través de los sabores; es decir, que se aprovecha el estímulo gustativo para provocar una tormenta de ideas y la aplicación práctica de las mismas.

¿Se imagina que la solución a sus problemas de empresa pudiera estar en el delicado sabor de una lubina a la sal?

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