“Debe de haberse levantado la veda”, me dice Antonio desde la otra punta del mostrador del tabanco. “Como pasa de vez en cuando y no sé por qué misteriosa regla de tres”, apostilla. “Y nos llegan de África algunas noticias, como para que no se nos olvide que sigue ahí, y que siguen pasando cosas, aunque no nos las cuenten”. Y yo que, como dice Felipe, el tabanquero, soy perro viejo en estos asuntos callo, le miro de soslayo y asiento con ese delatador silencio que dice algo así como que quienes quieran que manden en esto quieren que nos enteremos. Y nos enseñan la punta del iceberg que hoy se encuentra al borde de la frontera con Ceuta y Melilla. Pero, de ahí para abajo, superada la franja sahariana deben de estar las cosas que arden.
Llevo dos o tres días desayunándome con un nuevo asalto masivo a las fronteras africanas con España, en decir, con Europa. Por los métodos y utensilios, parece la Edad Media revivida en las escaleras fabricadas a mano, con cuerdas y rudimentarios palos, y un masivo ataque, echando por delante la cara, la piel, y la necesidad de saltar el obstáculo, aunque se pierda en ello la vida. A este lado, equipos antidisturbios y toda la contundencia de una Europa, sentada cómoda en casa, que no quiere dejar entrar a esta pandilla de hambrientos, nuevos siervos de la gleba de este tiempo que nos quiere cobrar antiguos expolios. Y los españoles, los que menos jugo, quizás, le sacamos a los pueblos de África, dando la cara en primera línea de fuego, aguantando el tirón, para que en Londres, París o vete tú a saber dónde, tengan el culo a salvo los de siempre. Como si el problema fuera sólo nuestro. ¡Ser europeos así, por Dios, qué papelón!
De manera que a la desesperación de los que han tenido que cruzar media África, atravesar desiertos, abandonar familias, llegar hasta ese norte ambiguo de Marruecos, vivir en campamentos de pena, en medio de los bosques, a la espera del asalto final a ese mundo que -¡bendita aldea global!- le hemos pintado tentador en las pantallas televisivas; a esa desesperación se une la de los que, desde este lado, vemos la avalancha sin saber qué hacer, y contemplamos que sólo se nos ocurren medidas represivas para frenar el asalto (ahora los legionarios y los regulares, ayudan a la guardia civil en la frontera, y como siga así tendremos que mandar a la Brunete…), para hacer de este guardián sureño de una Europa instalada en la opulencia, que esquilmó a estos pueblos africanos, les chupó la sangre de las venas del desarrollo, los condenó al mandato de dictadorzuelos que mejor servían al teatro de títeres que olvidaba al pueblo y llenaba las arcas de los países, presuntamente, civilizados. Ahora, éstos, prefieren dejarse la piel entre las alambradas y saltar de este lado.
Las ONG hacen lo que pueden y los Centros de Acogida se llenan hasta los topes, pero el fondo del problema sigue siendo el mismo. Besitos en Rabat, abracitos en Sevilla, en Bruselas no sé qué, y la frontera reforzada hasta por la cabra de la legión. “Implíquese usted más, Sr. Marruecos”, dicen nuestras autoridades. Y los otros van y se implican, y reciben de vuelta a los inmigrantes -y nos hemos sacudido de encima el problema-, pero resulta que las ONG levantan la liebre y denuncian que tal como los reciben, los llevan, supuestamente, a una zona fronteriza en el desierto y allí los abandonan a su suerte. ¡Carne de cañón que no vale ni a un céntimo el kilo! Y los Derechos Humanos pasados por la piedra.
Sin embargo, África sigue ahí, el subdesarrollo, la nueva esclavitud -quizás y aparentemente más correcta que la de hace unos siglos, pero con parecidas consecuencias- y todas las miserias del mundo, también siguen ahí… y no hay quien mueva un dedo para evitarlo, para paliarlo de verdad, para dejar de una puñetera vez que el desarrollo, los derechos civiles y políticos, se instalen en aquellas tierras de una vez por todas. De manera que no podemos esperar sino que las pateras sigan invadiendo nuestras playas, que los asaltos a las fronteras sigan produciéndose…
Así que: querida Europa, sé egoísta, por favor, sé egoísta y ayuda a África. Permítele que comercie con justicia y equidad, dale una oportunidad al desarrollo, lleva una política diplomática al servicio del hombre africano y no al de los de siempre, invierte en desarrollo, deja que los medios de comunicación nos cuenten la verdad de lo que allí sucede, y podamos movilizar nuestras fuerzas, pon a África en el punto de mira de la sensibilidad europea, y destierra de una vez por todas la nueva esclavitud económica, política, social y comercial. De lo contrario, la venganza de África por desmanes de siglos, no habrá hecho sino comenzar.
Y, en este supuestamente civilizado siglo XXI, conviene recordar algo que un Papa, Pablo VI, dijo en los sesenta del siglo pasado en una encíclica que se llamaba Populorum Progressio. Conviene recordar una frase suya: “El progreso es el nuevo nombre de la paz”. Pues eso. Mal que disimulen y que miren para otro lado y nos den pan y circo para que no miremos para donde hay que mirar, sigue siendo tan cierto como entonces. Porque algunos, sobre todo los que estudiamos Historia, no creemos que una sociedad tan decadente como la nuestra europea logre frenar de otra manera el embate de los desesperados de África.
jfelixbellido@yahoo.es