Cuando Felipe me arroja, con mal gesto y cara contrariada, el periódico del día sobre la mesa que ocupo en este rincón del tabanco, y acompaña el gesto con la frase “otra más”, sé que el diario de turno vuelve a contar otra historia, similar a las anteriores, o por lo menos con igual protagonista. Una historia desgraciadamente reiterativa. Sé así que en el corazón de la barbarie, en la intimidad misma de los gestos humanos, se ha producido una nueva tragedia, una vil acción en la que una mujer (¡otra más!) ha perdido la vida en manos de un compañero asesino que compartía su intimidad, su lecho, su techo y sus afectos. Felipe y yo nos miramos y escondemos en un gesto torcido la vergüenza de ser hombres y de pertenecer, sin parecernos a ellos, a esa raza de energúmenos que afrontan los problemas por la vía de la violencia y la muerte.

Felipe no se explica la escalada de violencia doméstica (¡tiene narices el término!), porque Felipe pertenece a esa inmensa mayoría que trata de solucionar los problemas por la vía de la razón, que trabaja por los suyos con denuedo y que hace ya tiempo que ha dejado de creer en desigualdades injustas, aunque ancestrales, y sabe el valor de la fuerza de la razón sobre la de las armas, la de las vejaciones, la de la amenaza, la de la agresión y la de la muerte asesina. “¿Nos estamos volviendo más bárbaros -se pregunta, preguntándome-, o es que se ha tirado de la manta y las cifras cantan por vez primera con rotundidad?” “¿Es que se ha perdido el miedo a denunciar -me pregunto yo preguntándole- o los medios de comunicación y de constatación de datos se han vuelto más eficaces?”

Lo cierto es que horroriza desayunarse a diario con una nueva muerte femenina, con nuevas agresiones y amenazas, con nuevos episodios de barbarie prepotente, irracional, inhumana y bestial.

El Observatorio de la Delincuencia de Andalucía nos ofrece el desesperanzador dato de que el número de casos de violencia en el ámbito familiar denunciados el último año contabilizado (el 2002) se ha duplicado con respecto al año anterior. Si 15.698 son los denunciados, ¿cuántos habrán sido los reales, y que no han llegado a las comisarías de turno? Sevilla es la provincia con más casos registrados y Almería la que tiene mayor tasa por habitantes.

Y los casos que terminan en muerte se contabilizan de manera tremenda. En España, entre 2001 y 2003, 168 mujeres fueron asesinadas, lo que sitúa a España en el décimo país de la Unión Europea en asesinatos (es el quinto en maltrato). Y no es para consolarse, todo lo contrario, el hecho de que haya nueve países europeos por delante de España en esta ceremonia de la barbarie.

Y a juzgar por lo que pasa en los países nórdicos de Europa, parece ser que no van emparejados violencia y retraso en el desarrollo. Los países más desarrollados, también tienen exageradas tasas de violencia doméstica. ¿Qué está sucediendo?

Quizás, como sostiene Felipe, los hombres no hemos terminado de asimilar los avances en cuestión de igualdad que se están dando en la sociedad actual. Algunos no terminan de aceptar esta igualdad, quieren conservar ancestrales privilegios desigualitarios, y aún no han asimilado que la civilización y el progreso no está en el ejercicio de la prepotencia, de la violencia, de la discriminación.

Las medidas judiciales, la nuevas legislaciones que se preparan en España, tendrán que ir acompañadas de dotaciones económicas que, en la práctica, hagan posible acorralar esta barbaridad y que sus responsables no sólo respondan contundentemente ante la ley, sino que la protección y los derechos de sus víctimas sean un hecho.

En un país en el que darse de bofetadas con el otro porque nuestro equipo perdió el último derbi con el contrario, en el que sigue manteniéndose una praxis machista sin sentido y hasta le reímos la gracia a quien la ejerce, la educación en el sentido contrario se hace más que necesaria. No podemos seguir manteniendo una cultura violenta, de agresión al otro, de intolerancia reiterativa, de ignorancia del otro, etc. y pretender que la violencia no aflore en el ámbito familiar, que tendría que ser cuna de la convivencia, del respeto y de la tolerancia. La injusticia y la desigualdad no puede conducir a caminos que vayan acabando con unas estadísticas que en este siglo XXI de una Andalucía y de una España que quieren caminar por la senda del desarrollo y del progreso, son una oscura mancha sobre nuestra pretendida civilización. Mucho habrá que hacer en la escuela, en la universidad, en la empresa y hasta en este tabanco en el que Felipe ha decidido no reírle la gracia a los presumidos gallitos que aún se creen dueños absolutos del gallinero. Arrinconarlos como a especies bárbaras en deseado proceso de extinción, es una acción posible a todos, para empezar a poner las cosas en su sitio.

jfelixbellido@yahoo.es