La pintura ha utilizado los símbolos desde tiempos inmemoriales. Los objetos, colores, gestos o incluso las relaciones entre la luz y las sombras, en cada cuadro, nos dan pistas, nos sugieren referencias cuyas claves a veces se nos escapan. Entre los símbolos más difundidos, la flores aportan una seducción particular, en la que la belleza de la materia se une al refinamiento de la forma. Su significado legendario, independientemente de las imágenes, continúa impregnando la memoria y perdura en las costumbres o las supersticiones…
Todo empezó cuando el dios Júpiter, padre del pequeño Hércules, tuvo la idea de colocar a recién nacido -hijo de la ninfea Alcmena- en los brazos de su esposa legítima, Juno, para que pudiese alimentarlo. Esta, que dormía en el espacio celeste, no prestó la atención debida y de su seno se escaparon algunas gotas de leche… Así fue como, según la leyenda, nació la Vía Láctea, como un polvo de luz. Pero otras gotas de leche cayeron más abajo, hasta llegar a la tierra, donde se transformaron el flores, de una blancura resplandeciente: las azucenas, marcadas para siempre con el sello divino.
Esto no es más que un aspecto de la historia y se constata a menudo un paralelismo entre las leyendas cristianas, nacidas de textos apócrifos y los temas desarrollados por la mitología clásica. Y así, otra narración explica la aparición de la azucena en el contexto bíblico. Cuando Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso, ésta lloró amargamente durante todo el camino y sus lágrimas, al ritmo de sus pasos, se transformaban en azucenas..
Se comprende pues por qué el arcángel Gabriel, en la escena de la Anunciación, es representado con una azucena en su mano. La flor que, por su claridad absoluta, simboliza la virginidad de María, recuerda el pecado original en el momento en que comienza la historia de la Redención. Y también Cristo, en el Juicio Final, tiene en su mano derecha una azucena, mientras que en la izquierda esgrime una espada: la azucena para el perdón, la espada para el castigo.
La maldición divina, en el momento de la Caída del hombre, tuvo también otros efectos botánicos e hizo surgir espinas del suelo. Estas espinas se unieron después a la rosa que, según San Ambrosio, no había tenido antes. Esta flor, consagrada en la antigüedad a Venus, debido a su belleza y a su delicado perfume, pasó luego a formar parte de los atributos de la Virgen.
Las espinas, imágenes de las heridas infligidas por el amor, se convirtieron en crueles recuerdos de la desobediencia a Dios y de sus consecuencias… Todavía hoy, ofrecer rosas rojas es un signo de amor apasionado, tanto más si se considera que estas flores, blancas en su origen, nacieron de la sangre de Venus, que se hirió un pie en una espina, cuando acudía a reunirse con Adonis, cuando éste exhalaba su último suspiro…
A todo esto hay que añadir que todas las flores, sea cual fuere su naturaleza o su color, participan en una reflexión sobre la brevedad de la vida e incitan, en ciertas naturalezas muertas llamadas “vanidades”, a meditar sobre la calidad a la vez maravillosa y efímera de la existencia terrestre. Las dos nociones permanecen íntimamente ligadas, tan inseparables como las dos caras de una medalla.
El clavel nos da otro ejemplo de esta ambivalencia de los símbolos. Considerado en la antigüedad por los griegos como “flor de los dioses”, se propagó en nuestros jardines -y en nuestros cuadros- a finales de la Edad Media. En esa época su color era de un rosa pálido y se veía en él un símbolo de la carne. El clavel se convirtió pues en la flor de la Encarnación. La palabra inglesa que lo designa -”carnation”- conserva todavía ese recuerdo. Pero sus pétalos, algo desordenados, como desgreñados, recuerdan también las cabezas de los clavos forjados por los artesanos, con sus formas irregulares y dentelladas… La imagen de Cristo en la cruz y los instrumentos de la Pasión se añade a la de la vida que aparece. Una vez más, final y comienzo se contraponen y se completan…
Este es por otra parte el principio del texto de Ovidio, Las Metamorfosis, que nos cuenta, en magníficas historias, el origen de la naturaleza tal como la vemos cada día: los dioses, conmovidos por la miseria de los hombres, la calman transformándola. En cada flor resuena el eco de una vida pasada, en cada desaparición se inscribe el signo de un nuevo nacimiento, cada día que se acaba anuncia la promesa de una metamorfosis…
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