Los acercamos al final del año y como siempre en estas fechas las empresas empiezan a prever el cierre del ejercicio y a preparar su balance final.

El balance final es una fotografía de la empresa que refleja su situación al final del ejercicio, lo que permite obtener conclusiones no solo de su solvencia en ese momento, sino también de la evolución que ha tenido en relación con ejercicios anteriores.

El balance comprende el activo y el pasivo de la empresa, es decir, lo positivo que tiene en su patrimonio (bienes y derechos) y lo negativo (deudas), con una valoración económica de todo ello. La diferencia determinará si es mayor el activo o el pasivo, y de la situación resultante se extraerán conclusiones para adoptar medidas y afrontar el próximo ejercicio de la empresa.

Pero las empresas no son solo números, son personas.

Una empresa es una organización formada por personas que trabajan en ella no solo con la pretensión de un resultado económico (personal y empresarial) positivo, sino también porque quieren sentir que forman parte de una organización que comparte sus valores, su visión y, sobre todo, que valora su aportación como parte integrante de esa organización.

Comprender esto es fundamental para que nuestra empresa funcione cada vez mejor y obtenga cada vez mejores resultados. Un grupo de personas que trabaja con satisfacción (sean trabajadores, colaboradores, compañeros profesionales…) rendirá siempre mucho más y hará crecer al grupo en su conjunto.

Por eso debemos pararnos a reflexionar sobre estos aspectos importantes para la buena marcha de la empresa, que van más allá del puro aspecto económico:

¿Se siente satisfecho mi equipo? ¿Se siente motivado? ¿En qué medida contribuyo yo a esa satisfacción? ¿Puedo aportar algo más? ¿Hago que mis trabajadores/colaboradores sientan que forman parte de un proyecto común? ¿Comparto con ellos y les hago partícipes de los éxitos de la empresa?

Aunque parezca increíble, todavía hay personas que llegan a trabajar y no dan los buenos días a sus compañeros, o se van de la oficina sin despedirse de ellos. No cambian impresiones, no buscan consejo, no comparten experiencias o inquietudes, nunca dan las gracias… No comprenden que su éxito o sus buenos resultados en realidad se obtienen gracias al apoyo de un equipo que tienen a su alrededor y que difícilmente conseguirían lo que tienen si no contasen con ese equipo. Y no comprenden tampoco que poniendo en común las inquietudes o los problemas es muy probable que se encuentren soluciones o alternativas que a uno mismo quizá no se le hayan ocurrido.

No hablamos de otra cosa más que del trabajo en equipo. El egoísmo generalizado perjudica a todo el equipo en su conjunto y el comportamiento de una persona influirá en las decisiones y el comportamiento que tendrán los demás.

Esto demostró el matemático John Nash en su aportación a la “teoría de juegos”, que le reportó su reconocimiento con el Premio Nobel de Economía en 1994. El interés individual y el egoísmo en la toma de decisiones conducen a situaciones no óptimas porque no se tienen en cuenta los intereses del resto de las personas involucradas en la situación. Y para conseguir los mejores resultados para el grupo hay que empezar por compartir información.

Ahora es buen momento para reflexionar, hacer balance del año y plantearse uno mismo las preguntas que hemos reflejado anteriormente. ¿Cómo puedo mejorar mi organización haciendo que todo el equipo se sienta partícipe y orgulloso de pertenecer a ella?

Mercedes SampedroMercedes WEB

Abogada y Asesora Fiscal

Artículo incluido en la revista de diciembre de Agenda de la Empresa