Cerramos un año más y es momento de balances. Un año que, en materia de comunicación, y desde un punto de vista genérico, ha seguido avanzando entre la aplicación y progreso de las herramientas tecnológicas -extraordinarias las utilidades de, por ejemplo, la Realidad Virtual, y, cómo no, de la Inteligencia Artificial- y la división de un mundo que trata de avanzar mirando hacia un horizonte de colaboración y cooperación global, en el que la Agenda 2030 y los ODS serían uno de los grandes referentes posibles y deseables, y otro que reivindica la vuelta a los viejos muros de la historia reciente, por supuesto bajo una apariencia rotundamente actual.

En efecto, la comunicación va profundamente ligada a un devenir que, llegado diciembre de 2019, se encuentra lleno de incertidumbres y preso de una creciente polarización política y social cuya mayor inquietud no es causada por ella misma, sino por la falta de reacción y la ausencia de respuestas para detenerla más allá de las retóricas de liderazgo de guión y pizarra.

Y es que, una vez más, el peso del fake -sean noticias, sean anuncios, sean decisiones, sean incluso ideas- ha sido indiscutible este año en multitud de escenarios propios, cercanos y lejanos. Desde nuestros procesos electorales, hasta el del impeachment a Donald Trump, pasando por el inextricable embrollo del brexit y la gran y permanente “amenaza” de guerra tecnológica (y cibernética) que está en la base del conflicto entre Estados Unidos y China.

Es seguro que esta reflexión sobre el año que se va tenga una mejor perspectiva vista desde la sociología o la geoestrategia, pero es en la comunicación y la información -o para ser más precisos en la manipulación y la desinformación- donde se juegan siempre las grandes partidas que sustentan cualquier otra disciplina. Y desde la comunicación y la información, en positivo, la ética y la honestidad se erigen exponencialmente en los valores más apreciados a la vez que indispensables.

Yendo a lo concreto, para las empresas y las organizaciones, es decir, para buena parte de la arquitectura social de carácter privado, la ética es la mejor -por no decir la única- garantía de credibilidad y rentabilidad. Es una idea compartida por muchos y expresada muy bien por Antonio López, fundador y presidente de honor de Dircom: “la ética, aparte de que es rentable, es una forma de anclar a las empresas a la realidad que estamos viviendo”.

Una ética que también se extiende a las empresas “informativas”, a los medios de comunicación, en cuya confianza descansa gran parte de la sociedad tal y como la conocemos y que nada tiene que ver con el activismo o la propaganda “anti” -pónganle el apellido que más les apetezca- que practican los que solo son altavoces de esta polarización.

Y esta es, en mi opinión, la mejor conclusión que se puede sacar de este año que se acaba y tratar de proyectarla al nuevo que se abre: la necesidad ética como propósito y ejemplo constante. Los dircoms debemos tratar de convencer y persuadir, desde dentro y hacia fuera, de que es el único camino a medio y largo plazo, porque como dice el proverbio chino, “la mentira produce flores, pero no frutos”.

 

Francisco J. Bocero WEB Francisco Bocero

Gerente de Dircom Andalucía

@PacoBocero

 

Artículo incluido en la revista de diciembre de Agenda de la Empresa