Es muy difícil escribir sobre la pandemia del coronavirus con la abundancia de opiniones que leemos cada día y pensando en que se trata de un tema que evoluciona diariamente y que fácilmente dejará desfasadas estas ideas. Pero no parece posible escribir de otra cosa en esta insólita crisis, tan grave, tan universal, con tanta incidencia en cada una de las dimensiones de nuestra vida cotidiana.

No podemos rebajar ni la importancia ni la tensión del momento. El shock sanitario que el coronavirus ha creado nos remite a películas y distopías que nos sonaban a fantasía, lejos como estamos de las zonas de guerra, violencia y privación en las que vive permanentemente tanta gente en el mundo. El coronavirus arrasa con el pronóstico tan extendido de que, en el entorno de la Gran Recesión, ya habíamos tenido las recesiones de 2008 y 2012 y que lo que nos quedaba por resolver es cuánto iba a durar este largo proceso de desaceleración o si nos íbamos a quedar atrapados en el estancamiento secular. ¿Qué podemos imaginar sobre el efecto económico de la pandemia tras su estallido y las primeras medidas?

Uno. La gráfica de la Gran Recesión tendrá su tercer socavón. Es aventurado decir si será del -3% o del -15%. Confiamos en que será pasajera pero no sabemos si el crecimiento negativo durará un año o tres cuando no tenemos certeza sobre cuánto durará la economía del confinamiento ni de qué pasará cuando se extienda por todo el mundo. ¿Se convertirá en una crisis independiente de la anterior? Como se ha señalado repetidamente, tras la emergencia sanitaria, hay que reaccionar velozmente a la epidemia de liquidez de empresas y familias que el confinamiento genera ya desde sus primeros días. Es clave para evitar que la epidemia mute de crisis de liquidez a crisis de solvencia y genere la misma destrucción del tejido productivo y empleo que las dos anteriores. Y para evitar la crisis financiera que se deriva de las anteriores.

Dos. Una política fiscal de guerra es la clave de la respuesta económica. Se acabó la discusión. Una política que será escalonada y masiva. La epidemia de liquidez se va a atender con esta primera oleada de avales y préstamos que han ofrecido los gobiernos nacionales y el BCE. La epidemia de solvencia se tendrá que curar con grandes dosis de gasto público y déficit público, ya sea porque se actúa o porque no se actúa. El déficit y la deuda explotarán como en 2008 por el desempleo masivo y la destrucción del tejido productivo o por lo que nos gastemos en evitarlo. No parece haber debate al respecto más allá de cómo hacerlo de forma eficiente o de evitar que use la ayuda quien no lo necesita

Tercero. Es la hora de Europa. Y nuestros líderes han perdido la oportunidad de demostrarlo a la primera. La respuesta de las instituciones (Comisión, BCE) ha sido adecuada pese al razonable desconcierto inicial. Los líderes nacionales en el Consejo Europeo o en el Eurogrupo vuelven a demostrar su falta de visión una y otra vez. En realidad, jamás he tenido la sensación de que la historia se repite realmente; cuando me he visto enfrentado a una crisis que invitaba a un esfuerzo urgente de unidad no he tenido tiempo ni ocasión de referirme a mis iniciativas anteriores. Pero situaciones de la misma naturaleza han provocado en mí, en épocas diferentes, los mismos reflejos, que se expresaban con naturalidad en las mismas fórmulas: unidad de criterio y de acción, concepción de conjunto, puesta en común de los recursos. Lo decía Jean Monnet sobre la crisis entre Francia e Inglaterra para gestionar su alianza durante la II GM. Nuestros líderes actuales tendrán que apoyar la respuesta común antes o después. Parecen empeñados en no dejar rastro positivo en la historia común de Europa. Merkel especialmente.

Cuarto. Hay que mutualizar los riesgos y los daños. En España, las medidas tendrán que centrarse en los sectores más vulnerables en todas las fases. La cooperación empresarial será clave para no quebrar a proveedores y clientes. Las empresas grandes tienen especial responsabilidad. Los ciudadanos tenemos que demostrar generosidad y compromiso con el futuro de los otros. En Europa, la única forma de hacerlo tiene que ver con la monetarización de la deuda, los coronabonos o con el hoy raquítico y anquilosado presupuesto de la UE. En el mundo, con una recuperación de la gobernanza global que reduzca el efecto tóxico del conflicto entre potencias y de los neo-nacionalismos. Cuando, pronto, la epidemia se extienda a países sin cobertura sanitaria suficiente, será imprescindible apoyar, crear alianzas, multiplicar la cooperación internacional.

Cinco. Esta crisis debe animarnos a dar paso a una España diferente. Puede ser un ataque de whisful thinking. Pero el objetivo post-pandemia debería ser un país con un estado más capaz, con una ciudadanía más consciente y menos caprichosa. Con servicios básicos mejor dotados de recursos financieros y humanos, ahora que echamos de menos más sanidad, más I+D, más ciencia. Con liderazgos menos triviales y más orientados a hacer que a parecer. Con una sociedad basada en el compromiso responsable, la solidaridad y el valor que muchas empresas, organizaciones y personas han demostrado estos días y que refuerzan la confianza colectiva en que esta crisis pasará.

 

Pedro Caldentey WEB Pedro Caldentey

Director del Departamento de Economía de la Universidad Loyola Andalucía

@PedroCaldentey

 

Artículo incluido en la revista de abril de Agenda de la Empresa