Explicaba el buscador Fundéu BBVA el pasado cinco de febrero, el origen de la palabra “infodemia” y su contextualización en el desarrollo del coronavirus -que a esas alturas les parecía un exótico y lejano brote de algo parecido a una gripe a quienes deberían estar informados con la mayor y mejor de las precisiones sobre el asunto- como un término utilizado por la OMS (en inglés infodemic) para definir la enorme abundancia de información sobre la pandemia, de carácter “fidedigno o no”.

Tres meses después, tenemos delante de nosotros la infodemia de la que está contagiada la política de comunicación del gobierno, cuya factura se está calificando por muchas voces de deficiente y como contribuyente negativa neta a la confianza social sobre su capacidad de gestión.

Esa infodemia de la política de comunicación oficial no solo ha consistido en proporcionar una enorme cantidad de información, sino que la gran mayoría de las veces ha sido confusa, contradictoria, irrelevante y de escasa transparencia. Y se ha dado, además, de manera farragosa, como las largas comparecencias del presidente; de forma discriminatoria, como el sistema de preguntas y respuestas, coincidentemente criticado; y con portavoces discutibles, que siendo humanos y pudiendo equivocarse, (no se les va a recriminar un fallo), han cargado con responsabilidades que no eran suyas ¿dónde ha estado la directora de la guardia civil, por ejemplo? o simplemente han ido perdiendo credibilidad, como el doctor Fernando Simón.

El efecto en la percepción social de todo esto ha sido determinante. La confianza se ha desplomado según las encuestas -por supuesto, de instituciones y organizaciones no gubernamentales- y remiten a las comparativas en el contexto europeo.

Las publicadas a lo largo del mes inciden en la idea. Son los casos de la de Metroscopia, en la que el 51 por ciento de los entrevistados desaprobaba la gestión del gobierno, frente a un 39 por ciento que sí la aprobaba, o la de GESOP, para El Periódico, en la que la valoración positiva del Ejecutivo pasó del 44 por ciento registrado en marzo al 30 que lo hizo en abril. Una caída pronunciada de 13 puntos.

Por su parte, la encuesta de DYM para 20minutos.es, también reflejaba la pérdida de confianza en cuanto la gestión gubernamental apenas recibía un 3,9 de nota sobre diez.

Una mala comparativa

Todos estos resultados han conducido a que la comparativa con los gobiernos europeos sea mala para el nuestro y las valoraciones acerca del liderazgo, poco halagueñas. En este sentido, ABC recogía la primera semana de abril la valoración de los líderes europeos con cifras muy elocuentes: Ángela Merkel, registraba un 63 por ciento de satisfacción del electorado; Boris Johnson, un 55 por ciento; Antonio Costa, un 75 por ciento, el más alto de todos, y Giuseppe Conte, el líder que más duro ha tenido que lidiar con la pandemia -el castigo de Italia ha sido superior al nuestro- un 71 por ciento. En España, el resultado según el barómetro de GAD3 para Pedro Sánchez era del 27 por ciento de aprobación.

Tras esas aprobaciones, y más allá de los aciertos y errores de gestión, hay políticas de comunicación adecuadas y dirigidas al conjunto de la sociedad, aún cuando la simpatía o no que puedan despertar los líderes sea mayor o menor. Las conclusiones son, a pesar de todo, simples: la transparencia, la rapidez, la claridad y la coherencia en la comunicación, no solucionan las malas decisiones por sí mismas, pero las humanizan y las disculpas se perciben sinceras. Por el contrario, la infodemia, la sensación de ocultación, la lentitud, la confusión en la explicación y las contradicciones, destrozan la mejor gestión.

 

Francisco J. Bocero WEB opinion

Gerente de Dircom Andalucía

@PacoBocero

 

Artículo incluido en la revista de mayo de Agenda de la Empresa