Todos tenemos la sensación de que estamos en un nuevo siglo, que el XXI comenzó el 14 de marzo y que, a partir de ahí, la vida no volverá a ser la misma.

Hemos contemplado con angustia, como la COVID-19 ha dado paso a un nuevo ejército de batas blancas, que lo han dado todo, incluida su salud y desgraciadamente en demasiados casos, sus vidas, para proteger y ayudar a sus conciudadanos. Lo último que hemos aprendido y que debemos aceptar y no olvidar nunca más, es que las batas blancas, de sanitarios e investigadores, se han de convertir en nuestra nueva vanguardia, nuestra defensa más necesaria ante una cepa de coronavirus altamente contagiosa y letal que se ha hecho dominante en todo el planeta.

También, hemos aprendido que debemos adoptar nuevas y simples pautas de comportamiento que han venido para quedarse: usar mascarillas y mantener la distancia… los indicadores hablarán de sus resultados en próximas fechas.

A su vez, hemos contemplado con asombro que, durante el confinamiento, la naturaleza ha florecido, la limpieza del aire ha sido evidente y que es necesario que adoptemos una forma de vivir en la que la huella ambiental sea más pequeña. Ojalá sea así.

De otro lado, también hemos comprobado frente a una recesión inducida por una pandemia, la debilidad de la economía y de las relaciones laborales y debemos afrontar, antes de lo que muchos de nosotros pensábamos, una economía del ‘post-Covid’ o “post-crecimiento”, eso sí, sin ignorar a nuestros científicos que ya avisan de próximas oleadas.

Abril nos ha dejado datos terribles en cuanto a paro y empleo. En un mes en nuestro país se han perdido 548.000 empleos medios y se han sumado 283.000 parados más. Cada día de abril se han perdido 18.200 empleos, se ha elevado en 9.400 personas las listas del paro y se han perdido diariamente 1.375 autónomos. Todas cifras escalofriantes y que, si analizamos en el caso de los autónomos, vemos que es la mayor pérdida de autónomos en un mes desde enero de 1983 y la segunda mayor caída de autónomos en un mes desde que hay registros. Los autónomos son siempre los primeros en notar los efectos de una crisis y, lamentablemente, los últimos de salir de las recesiones.

Desgraciadamente, la debilidad que existe en el ámbito de las relaciones laborales se hace muy evidente en el trabajo por cuenta propia. La gran mayoría de los autónomos se han visto obligados a cerrar sus negocios durante el confinamiento. Muy pocos son los que han podido ejercer su actividad en remoto y muchos los que afrontan la pérdida de sus ingresos o una elevada exposición al virus.

Ayudar a las pequeñas empresas y autónomos con medidas de protección personal y para sus negocios, con formación y ayudas directas para modernizarse y digitalizarse son herramientas que deben de estar sobre la mesa de cualquier Administración que quiera luchar contra la pandemia. Estas herramientas las utilizaremos bien, los autónomos siempre hemos demostrado la capacidad para sobreponernos ante circunstancias adversas.

El mundo está luchando por contener la COVID-19 y sus consecuencias económicas al mismo tiempo. Se han de aplicar recetas que permitan que las empresas reinicien su actividad, los autónomos abran sus negocios con seguridad, los empleados vuelvan al trabajo o que los consumidores compren. Pero, además, debemos procurar añadir otros objetivos que la pandemia nos ha desvelado como fundamentales para que, en próximas oleadas, no se desmorone todo de nuevo: mejorar la salud pública, la protección de los trabajadores, la capacidad de recuperación local y la conservación del medio ambiente.

 

Rafael Amor Acedo Rafael amor WEB opinion

Presidente ATA Andalucía

@rafaelamor_ata

 

Artículo incluido en la edición de junio de Agenda de la Empresa