Antonio Pulido Antonio Pulido WEB opinion

Presidente

Fundación Cajasol

 

Ahora que cerramos 2020 toca hacer balance de este año tan duro, atípico y marcado por los cambios y las incertidumbres que nos deja la gran crisis de la pandemia, una oportunidad de análisis y reflexión que agradezco a esta publicación.

Sin triunfalismos, ya que la situación sanitaria todavía no está controlada y las sucesivas olas del virus están retrasando la recuperación que tanto ansiábamos, creo que podemos empezar a atisbar la luz al final del túnel a partir de la primavera que viene gracias a la vacuna y el desbloqueo de los fondos extraordinarios de la Unión Europea. El camino que tenemos por delante será difícil, sin duda, pero ya se ha abierto paso, y hay que celebrarlo.

A mi juicio, la gran depresión de la pandemia arroja tres lecciones claras que nos ayudan a perfilar el mejor plan de acción para salir de este atolladero lo antes posible y con el menos coste social. En primer lugar, han quedado al descubierto las debilidades de nuestro sistema y las reformas pendientes de la anterior crisis, lo que exige, esta vez sin dilación posible, un nuevo modelo social y económico y un proceso de adaptación y transformación definitivo y sin precedentes.

Se trata, sin duda, de una reinvención de todo nuestro mundo que acarrea también, como contrapartida, nuevas oportunidades para la innovación y el emprendimiento en sectores estratégicos. Por suerte, existen directrices claras para este gran salto y los fondos para financiarlo, como ha demostrado la UE con su apuesta histórica por la revolución verde y digital.

Como segunda lección, asistimos a un verdadero cambio de paradigma a la hora de afrontar esta crisis. Las viejas recetas ya no valen. Frente al esquema liberal de austeridad fiscal y monetaria con el que se combatió la recesión de 2008, las autoridades comunitarias y las del resto del mundo han optado mayoritariamente por lo contrario: una inversión pública y una política monetaria expansivas y de máxima liquidez para evitar el derrumbe de las principales economías. En el caso europeo, la respuesta ha sido ejemplar y una auténtica tabla de salvación para países como España, un motivo más para valorar y defender como se merece el espacio de solidaridad que implica la integración en la UE. Es evidente también que el plan de reactivación provocará un endeudamiento histórico que obligará a un fuerte ajuste en el futuro, un debate que deberemos abrir en su momento.

Y como tercera y última lección de la crisis, hay que tener muy presente el peligro cierto de retroceso en las conquistas sociales de las últimas décadas y la obligada protección de los sectores más vulnerables, especialmente golpeados por la paralización de buena parte de nuestra economía. No nos podemos permitir que la pandemia nos deje un mundo con unas brechas de desigualdad todavía mayores.

El papel de la Fundación Cajasol. Ante este panorama tan preocupante, nuestra institución también se ha visto obligada a trazar una nueva hoja de ruta para reforzar nuestra misión, que no es otra que contribuir al desarrollo de Andalucía. Desde el inicio mismo de la crisis, nos hemos esforzado por arrimar el hombro en alianza con otras instituciones para mitigar el impacto de la crisis.

En este contexto donde las necesidades se multiplican, estamos muy satisfechos de nuestra contribución. Nuestro impulso a proyectos de interés social, cultural o de promoción económica en todas las provincias andaluzas creo que es hoy más necesario y valorado que nunca.

El objetivo que nos marcamos, como ya hicimos en la anterior crisis, es ser parte activa de la recuperación económica en Andalucía. No puede ser de otra manera teniendo en cuenta que la Fundación Cajasol es ya un motor de la industria cultural y de la creación de empresas en nuestra comunidad, además de una referencia incontestable en formación y acción social.

El cambio de enfoque que he tratado de impulsar en los últimos años es clave para el nuevo papel que queremos afianzar ahora. Me refiero a nuestra decisión estratégica de potenciar el impulso al emprendimiento y la actividad económica, la partida que mayor crecimiento ha experimentado en los últimos años.  Y esta nueva apuesta es perfectamente compatible con seguir liderando en Andalucía las iniciativas sociales y culturales más innovadoras, que en sí mismas también son auténticas palancas de dinamización socioeconómica.

Colaboración y unidad. De esta compleja coyuntura podemos extraer tres conclusiones que son además las propuestas que venimos apuntando. Lo primero es que necesitamos nuevas reglas del juego, y que este marco de convivencia exige nuevos pactos con el máximo consenso.

Además, tenemos que explorar fórmulas más eficientes de colaboración y alianzas entre la iniciativa privada y la pública, un punto por el que apostamos especialmente en la Fundación Cajasol.

En segundo lugar, España y Andalucía no pueden perder este tren de la nueva economía, y para ello debemos aprovechar nuestras potencialidades y desarrollar al máximo una creatividad y una innovación que hemos demostrado en muchos campos y que ahora hay que convertir en economía real. Los fondos disponibles no tienen precedente, en formas de incentivos para la inversión tecnológica o medioambiental, por eso nuestra capacidad de emprender y crear empresas innovadoras tiene que despegar.

Por último, hay que prestar mucha atención a una advertencia de los expertos que me parece fundamental en relación a la eficiencia de la inversión pública, que debe volcarse en la transformación de nuestra economía y en los sectores emergentes para que, cuando llegue el momento del ajuste duro, presentemos un crecimiento vigoroso que lo soporte sin nuevos traumas sociales.

En definitiva, hay que ir preparando altas dosis de diálogo, creatividad y capacidad de adaptación a nivel individual y también colectivo porque este plan de reactivación lo es también de supervivencia y nos implica a todos. La unidad es el único camino porque nos jugamos el futuro.