Francisco J. Bocero Bocero WEB opinion

Periodista y Dircom de Refractaris

@PacoBocero

 

Es interesante, y muy didáctico, echarle una mirada a varios de los ejemplos que están poniendo de manifiesto el cambio rotundo en la comunicación, que va mucho más allá de las herramientas de las que vamos a hablar.

Rotundo por la velocidad, no por la dimensión, que parece corta a quienes hablan continuamente de él (el cambio de época como categoría mantra suprema) y demasiado rápida a quienes se descubren en el efecto lampedusiano de la digitalización (“bah, que hay que estar en Internet, como todo el mundo”) y poco más.

La última “novedad”, han sido los programas y aplicaciones de videollamadas tipo Zoom, mercancía clásica elevada a herramienta profesional del año cuando los viejos Webex o Skype llevan décadas ahí (el primero, lleva en el mercado nada más y nada menos que 25 años) para trabajar comunicándose visualmente a continentes de distancia.

El asunto apunta, a través del teletrabajo forzoso, a uno de los factores fundamentales que necesita la economía de este país, que se llama productividad, y que la tradición del calentamiento de silla ha tenido atrapada porque, para demasiados gestores, la presencialidad (innecesaria, costosa y perfectamente prescindible en una larga cantidad de proyectos) ha sido una “prueba” de vaya usted a saber qué.

Públicos y audiencias 

Y rotundo por los públicos y audiencias. ¿Alguien esperaba, sinceramente, que Ibai, el youtuber/influencer español iba a congregar a medio millón de personas en Twitch (la nueva fulgurante plataforma de streaming) para seguirle en las campanadas del nuevo año? ¿Y que haya sido contratado para comentar los partidos de fútbol de la Liga, en este caso por la titular de los derechos televisivos?

Una respuesta previsible a escuchar podría ser algo así como, “bueno, de la dimensión del papel y las posibilidades de los influencers llevamos sabiendo desde hace no se cuanto y esto no es nada para donde van a llegar”.

Aceptada la suficiencia, habremos de colegir que, por ejemplo, sobre las campanadas y con los datos de audiencia en la mano, a más de un responsable televisivo se le debió quedar cara de… eso tras comparar los datos y entender que eso, sí ha sido el cambio. Sin olvidar el detalle de que Salvador Illa (a la fecha ministro de Sanidad y candidato a la presidencia de la Generalitat) felicitó al propio Ibai a través de Twitter por lo bien que se lo había pasado siguiéndolo junto a su familia.

Y en un plano distinto al laboral o al marketing digital, está el caso de la censura de Twitter a Donald Trump, o visto de otra manera, la censura de una empresa privada al presidente de Estados Unidos. Aunque el jugueteo habitual con la red de Trump fuese una de las claves de su “política de comunicación”, ¿alguien podía imaginar que esto acabaría así?

La libertad de expresión

Ello ha abierto los ejes de un debate muy relevante, en el que se han situado una enorme cantidad de posiciones y voces autorizadas (desde gobiernos e instituciones a profesionales y especialistas, y obviemos el resto del ruido partidista) que reflejan la dimensión del asunto: ni más ni menos que la discusión sobre una de las claves de bóveda de las democracias occidentales, que se llama libertad de expresión y que, en algunos lugares, pongamos a China como ejemplo, son impensables. Por cierto, cuánto conocimiento y didáctica hacen falta acerca del gigante asiático, casi desaparecido de nuestra escena pública salvo para hablar de la pandemia…

Queda claro pues, que muchos de los “cambios” de los que se hablaba y debatía están ya aquí, en el presente continuo y normalizados. Tanto, como la decisión de la propia Twitch de suspender la cuenta de Donald Trump justo al día siguiente de la proclamación de Joe Biden. Con toda naturalidad y aunque ya hubiese dejado el cargo. Ibai podía haber contado la noticia en su cuenta…

 

Artículo incluido en la edición de febrero de Agenda de la Empresa