Me gusta especialmente un concepto de universidad cuyo origen se remonta a la edad media, Universitas Magistrorum et Scholarium: "Ayuntamiento de maestros et de escolares que es fecho en algun logar con voluntat et con entendimiento de aprender los saberes" (Partid.II, título XXXI, ley 1).

Es difícil dar tanto contenido a una frase para los momentos que corren, con el dichoso Bolonia y el informe Pisa aún sin digerir y con todo el sistema educativo en tela de juicio, en casi todos los grados. Sólo nos queda abrazarnos a la formación profesional, la que acuñó el auténtico concepto de "master" -hoy mercantilizado- como una progresión del aprendizaje práctico y jamás alcanzable sólo en un aula.

Es curioso que la sufrida FP es la que nos mantiene conectados al mundo, en estos momentos de éxtasis de innovación tecnológica, súper comunicación, hedonismo y trivialidad de valores. Estamos vivos porque existen muchas personas que se ocupan de traernos agua corriente, encienden nuestras estufas, hacen posible que conectemos la energía, nos fabrican coches, hacen muebles, imprimen, pintan, labran los campos y nos dan de comer.

Éste es el mérito de los profesionales, de la gente de oficio, que fue "casi ignorada" durante las décadas entre los 70 y el fin de siglo y que por fin parecen ocupar un lugar de prestigio en nuestra sociedad. Hace 30 años, hubo una euforia desmesurada con los títulos universitarios -nada que ver con el saber- y ningún padre se resistía a que su hijo alcanzara el utópico pasaporte al  bienestar y empleo perpetuo que representaba el título. Mientras tanto, dejaban la formación profesional como un mal menor al alcance de los teóricamente menos listos -otro paradigma de la estupidez de finales del siglo XX-, o que urgían complementar trabajo y estudios pasando por las aulas y talleres.

Pero la globalización, el cambio permanente y la demanda de una sociedad que no quiere renunciar a ningún nivel de confort significan la gran oportunidad de la FP. No es casualidad que entre las profesiones más buscadas se encuentren hombres y mujeres -significando especialmente la aportación de "ellas"- que nos brindan sus competencias como dependientes de comercio, camareros, cocineros, distintas tareas relacionadas con el marketing, la telecomunicación, todos los perfiles del mundo industrial desde carpintería, mecánica, electricidad y cómo no, los aplicadores prácticos de las nuevas tecnologías, la gente auxiliar de la sanidad y todo lo que permite que tengamos una cierta calidad de vida.

Por otra parte, da la impresión de que está resucitando el trabajo en equipo, que las empresas empiezan a creerse que cada persona es importante si sabe hacer algo que aporte valor al conjunto y que un mecánico puede hacer que se gane o se pierda una carrera. Las empresas ya no pagan por lo que sabes sino por lo que haces o estás dispuesto a hacer, y mientras la gran investigación sea extranjera, debemos conformarnos con las pequeñas innovaciones y la inteligencia práctica. Por tanto, y mientras siga siendo tan difícil aprender escuchando, necesitaremos confiar en la gente que aprende "haciendo" su trabajo, los que realizando su oficio nos hacen la vida un poco más fácil.