Camba, filósofo celta; yo, filósofo ibero. ¡Qué delicia para nuestros lectores celtibéricos! (Unamuno)

Si admitimos que el humor es agudeza, esto es, perspicacia y viveza de ingenio, convendremos en que, convenientemente cultivado, se convierte en un magnífico instrumento pedagógico, pues, como decía Molière, nada mejor que “ridiculizar nuestros defectos para intentar corregirlos”, a lo que se añade la dosis de crítica social y política que se desprende de unas observaciones sutiles e ingeniosas que hacen ver una ‘realidad’ diferente.

Es el caso de Julio Camba, periodista de raza, poseedor de un humor de prosapia figaresca (Larra será un modelo permanente), articulista genial, infatigable viajero en su condición de corresponsal de prensa -en particular de ABC- en París, Berlín, Londres y Nueva York, y de cuya muerte se cumple medio siglo. El humorismo de Camba -gallego como Fernández Flores o Cela- no tiene nada de la superficialidad común a los escritores festivos, y en vez de limitarse a la superficie de las cosas, se interna agudamente en ellas, desmontando su mecanismo y haciéndonos ver su faz absurda. Su risa es intelectual, aguzada, reflexiva, de oriundez genuinamente española.

En cuanto a sus peripecias profesionales, lo que puede parecer una flagrante contradicción -juventud anarquista, amistad con Mateo Morral, el regicida frustrado, para acabar viviendo en una habitación del hotel Palace, que le paga un famoso banquero- es un signo de buen gusto y distinción, pues, como muy bien comenta Luis Alberto de Cuenca “el anarquismo casa muy bien con la extrema juventud, y, en cambio, un pensamiento conservador con ribetes escépticos le va muy bien a la madurez y, desde luego, a la senectud”.

Admitiendo, pues, el valor pedagógico que se atribuye al humor, personificado, hoy, en la prosa límpida y fluida que caracteriza la obra de Camba, permítaseme reproducir, no tanto por mero afán divulgador, con vistas a las jóvenes generaciones, como por considerarlos paradigmas del mejor periodismo crítico, un par de jocosos comentarios, extraídos al azar de algunas de las obras del autor de La rana viajera, como este alegato sobre el pacifismo: “Cuando un pacifista dice que él no quiere guerrear porque es enemigo de la guerra, parece que dice algo lógico. Hay que considerar, sin embargo, que al no combatir a los guerreros y al dejarlos en libertad, se ayuda a su causa, y esto ya no es ser pacifista. A lo sumo es ser pacífico. Un hombre pacífico puede dejar que le peguen o que se peguen entre sí los hombres batalladores. Un pacifista tratará de pacificar al agresor o a los combatientes, y si para esta tarea pacificadora necesita hacer uso de los puños, no por ello dejará de ser pacifista” (Un año en el otro mundo). O esta otra pulla: “El escritor que se dirige a la inteligencia de los lectores, fracciona y reduce su público ipso facto, porque la inteligencia tiene formas muy diversas, y porque sólo la estupidez posee siempre un carácter uniforme. Hay muchas maneras de entender las cosas, y sólo hay una de no entenderlas. Hay muchos modos de tocar el piano, pero no hay más que un modo de no saberlo tocar” (La ciudad automática). Tal vez merezca la pena ‘redescubrir’ a Camba.

Miguel Fernández de los Ronderos
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