Si por algo recordaremos el año 2014 en el sector agroalimentario, será por la reforma de la PAC. Con un año de retraso, el ejercicio comenzó con acuerdos a nivel nacional para la aplicación de la reforma de la Política Agraria Común y terminó con incógnitas y muchas dudas en torno a cuestiones tan vitales como el pago básico, la regionalización o los Planes de Desarrollo Rural (PDR).  Lo cierto es que a partir de 2015 y hasta 2020, la dirección del sector agroalimentario se verá influida por un marco legislativo que, si bien se propuso simplificar las cosas, al final acabó por complicarlas, con un sistema de ayudas más complejo y con herramientas poco definidas para avanzar en la rentabilidad, competitividad e internacionalización de las explotaciones y las empresas del sector, las cuales, tarde o temprano, tendrán que aprender a desenvolverse por sí solas en un entorno poco o nada subsidiado. Debates al margen, lo que desde Cooperativas Agro-alimentarias de Andalucía hemos defendido a lo largo de toda la negociación es que la nueva PAC debe servir para mejorar las explotaciones, dinamizar la agroindustria, crear estructuras de comercialización eficientes y bien dimensionadas, avanzar en internacionalización y, en definitiva, para aprovechar las enormes potencialidades del sector agrario español y, fundamentalmente, andaluz. Recordemos que Andalucía supone el 25% de la producción agraria nacional, con 9.000 millones de euros anuales.

 

Jerónimo-Molina-Herrera-1Sin embargo, por cada uno de esos euros, nuestra industria agroalimentaria sólo genera 0,40 euros, frente a 1,78 euros de Cataluña, comunidad a la que vendemos, paradójicamente, un porcentaje muy importante de nuestra materia prima. ¿Se imaginan si lográramos obtener nosotros el mismo valor añadido para nuestro producto? ¡Cuadruplicaríamos la generación de riqueza actual en la industria agroalimentaria andaluza, con las directas implicaciones en la economía y el empleo!

 

Si miráramos más allá, a Europa, concretamente a países como Dinamarca, comprobaríamos cómo los daneses van más allá, y transforman en 3,50 cada euro procedente del agro. No es de extrañar que sea en el norte europeo donde encontramos cooperativas como Friesland Campina, con cerca de 20.000 socios y una facturación de 11.400 millones de euros, casi el doble de lo que suman las 667 cooperativas integradas en nuestra federación. Esta es la realidad. La realidad de que mientras en España seguimos hablando con la cooperativa de nuestro pueblo para ver si nos integramos o no, en otros países, fundamentalmente del centro y norte de Europa, ya lideran verdaderos procesos supranacionales. Esto demuestra que la integración no es un empecinamiento de esta federación o de la Administración española, sino que es una exigencia del mercado globalizado en el que nuestras empresas desarrollan su actividad.

 

Por ello, y a pesar de que los baremos introducidos en el Real Decreto 55/2004 de Entidades Asociativas Prioritarias (EAP), para el reconocimiento de éstas, puedan considerarse elevados, lo cierto es que, aun cumpliéndolos e inscribiendo muchas EAP en el registro correspondiente, todavía estaremos muy lejos de los aventajados modelos cooperativos que imperan en Europa y que continúan evolucionando a una velocidad de vértigo. A favor de las cooperativas andaluzas tenemos ahora, además, una Ley 14/2011 de Sociedades Cooperativas Andaluzas, cuyo desarrollo reglamentario se publicó el pasado 23 de septiembre en el BOJA, permitiendo a nuestras empresas diseñar ‘trajes a medida’ que les permitan seguir creciendo dentro del modelo cooperativo y no como ocurría hasta ahora que se veían encorsetadas por los requerimientos normativos. También en esto, Europa nos lleva una enorme ventaja y precisamente las cooperativas más dimensionadas, innovadoras y diversificadas, han surgido en aquellos países con menor o inexistente regulación a este respecto. Por ello, mi deseo para este 2015 es que, definitivamente, todos los que conformamos el sector agroalimentario nos concienciemos de lo que tenemos entre manos y de su enorme potencial. La industria de alimentación y bebidas, es hoy por hoy, el primer sector industrial por facturación en España, con 90.0000 millones de euros o, lo que es lo mismo, el 20,5% del total de las ventas netas de la industria nacional. Es, asimismo, un importantísimo generador de empleo y el que mejor ha soportado los embates de la crisis, creciendo, en medio de la adversidad, a un ritmo hasta ahora desconocido.

 

Por todo ello, la industria agroalimentaria española se ha posicionado como la cuarta europea y la octava, nada más y nada menos, que a nivel mundial. Pocos sectores tienen tanto que celebrar y tantos productos que ofrecer a los mercados europeos e internacionales, en los que ya comercializamos 40.000 millones de euros anuales, arrojando un saldo creciente positivo a la balanza comercial. Europa representa el 75% de nuestro mercado, pero año a año crecemos en países como Estados Unidos, Japón, China o India y abrimos nuevos mercados para compensar otros que se cierran, caso de Rusia.

 

¿Y qué representa Andalucía en la totalidad? Muchísimo. De hecho nuestra región lidera en la actualidad las exportaciones agroalimentarias, con más del 22%, por delante incluso de la histórica Cataluña y a mucha distancia de otras comunidades como la valenciana o Murcia. Somos líderes en exportación hortofrutícola, oleícola, de aceituna de mesa o algodón. Somos, por ir terminando, empleo, riqueza y futuro. De nosotros depende, sólo de nosotros, capitalizar todas estas oportunidades y avanzar en la consolidación del sector agroalimentario como el verdadero motor y soporte de la economía española.

 

Jerónimo Molina

Presidente de Cooperativas Agro-alimentarias de Andalucía