No es frecuente que un artículo de opinión se ocupe de temas de índole, digamos, más o menos publicitaria, como es el caso de los concursos, que no siempre escapan de la zafiedad, lenguaje soez y sal gorda que caracterizan a tantos programas de televisión, convertidos en patios de vecindad, de la mano de un conductor (¡o conductora!), cuya misión moderadora consiste en hacer aflorar los bajos instintos del respetable, recurriendo a lo que, pomposamente no dudan en llamar debate, una especie de letrina que excreta -permítaseme la licencia-, cual fétido volcán, toda suerte de vilezas y miserias humanas que, eso sí, incrementan la cuota de pantalla hasta alcanzar niveles de seguimiento que explican en buena parte por qué nuestro país, nuestra región, viajan en el furgón de cola europeo de la educación.

En contraste con tanta bazofia televisiva, merece la pena analizar las razones que han hecho de programas como “Saber y ganar” un paradigma de pedagogía, de relaciones humanas, de ejemplaridad social, en el que, entre otras virtudes, destaca la exquisita corrección en las formas -el respeto no exime del afecto, antes bien, lo consolida-, con especial cuidado en el manejo de la lengua, demostrando que se puede fomentar el interés por la cultura, armonizando lo ameno con lo interesante, evitando el tópico y la vulgaridad. Por supuesto, ello no es fruto de la improvisación -un defecto nacional, me temo-, sino de una ponderación de los elementos, una reflexión que contempla un proyecto bien cimentado del cual, salvo leves retoques, necesarios para evitar un anquilosamiento suicida, pero que no alteran sustancialmente la esencia del producto, ha surgido un modelo eficaz capaz de conjugar originalidad y rigor intelectual, heterogeneidad y formación humanística

Si algo llama poderosamente la atención del espectador-televidente, en un mundo en el que la envidia, la maledicencia y la soberbia se erigen en protagonistas habituales, es el fair play de los concursantes, ya sean ganadores o perdedores, pues si difícil es aceptar una derrota (“Nada se toma más en serio que el juego”, afirmaba Ortega), aún lo es más expresar admiración sin fingimiento por quien demuestra un mayor grado de competencia y de conocimiento, pues como decía el filósofo: “El inteligente se repone fácilmente de un fracaso, en tanto que el necio se repone difícilmente de un éxito”.

Por consiguiente, afirmar que, tras 14 años en pantalla, “Saber y ganar” es algo más que un concurso no constituye un mero artificio propagandístico. Es el reconocimiento a la labor intelectual de un equipo cohesionado, de clara vocación pedagógica en un afán permanente de divulgación del saber universal, algo que nos traslada, inconscientemente, al ideal de los viejos enciclopedistas. Harían bien, pienso, las autoridades educativas en desconfiar de tanto teórico de la pedagogía aplicada, incluido algún que otro ‘desertor de la tiza’, y, en su lugar, pedir asesoramiento a personas que, como es el caso, han demostrado poseer aptitudes didácticas de eficacia probada. Estas y otras razones explican la fidelidad de quienes, alejados de la televisión al uso, no olvidan amenizar la sobremesa y, cual oasis en medio del desierto, se aprestan a participar, con interés renovado, en la aventura cultural de cada día.

agendaempresa@agendaempresa.com