Si malo era dormirse en los falsos laureles de una cama, calentita para algunos, peor va a ser el resfriado que vamos a pillar todos y, sobre todo, mala pinta tiene la perspectiva de quién pagará después las medicinas. Porque tirar de la manta, hay que tirar. No queda más remedio. Por el bien de la Democracia y del Estado de Derecho. Y, claro, sucede como al levantar la alfombra: toda la suciedad acumulada a escondidas termina por verse y, lo quieras o no, llega un momento en el que hay que limpiarla si no queremos convertir el salón de la casa en un vertedero.

En ello andábamos hoy en el tabanco. Hacía calor y apetecía refugiarse en su sombra. En el patio, que es como la rebotica de este santa santorum, y que está a la espalda del tabanco, con parra reverdecida y suelo de albero nos reunimos los de siempre, y no había modo de cambiar de tercio. Cuando no era Marbella, era lo del Hotel del Algarrobito y todo el tinglado urbanístico de las costas andaluzas, o lo del concejal de Sanlúcar de Barrameda, o lo de las facturas de no sé qué, las comisiones de no sé cuantos, o lo de Tierra Mítica, que ahora se mueve sabe Dios por qué. En fin, que el pobre Antonio se iba calentando por minutos. Y para colmo, su suegro tenía algún dinerillo invertido en sellos y se había quedado -como todos los de Afinsa y Forum Filatélico- compuesto y sin novia. “Yo es que ya no me fío ni de mi sombra”. Y no había quien le convenciera de que al igual que no todo el monte es orégano, tampoco todo el campo es cizaña. Pero, no había manera. Y aunque el nombre de Julián Muñoz era el que más salía por la acumulación de tarjetas amarillas, la suciedad de la alfombra se teñía de todos los colores. “Y es que, ¿quiénes son estos personajes que gobiernan nuestras vidas?” Se encendía Antonio, su cuello se hinchaba, las venas se le dilataban y arremetía con todos. Así que dejé mi copa de oloroso a medio consumir y me volví a mi casa.

De vuelta intenté recuperar el aliento, dedicándome a mirar escaparates. Porque la punta del iceberg no es más que la punta, desgraciadamente, y es mejor ni mirarla. Vista a otro lado y a tirar para adelante, esperando que no se caiga el tinglado y, en todo caso, que seamos lo suficientemente tontos como para creernos por enésima vez el cuento de caperucita roja sin descomponer el gesto, por el bien de todos, como decía Felipe. Cuando se me acaban los escaparates, me retumba en la cabeza, como me retumban las sienes cuando me agito, las preguntas de mis contertulios.

¿Es que nadie preveía lo que iba a ocurrir en Marbella? ¿Por qué no se tomaban cartas en el asunto? ¿Sólo estaban equivocados los que dieron las licencias al Hotel del Algarrobico? ¿Quién paga ahora los platos rotos? ¿Es que nadie en la Junta sabe lo que está pasando en los pueblos andaluces en materia de urbanismo? ¿Y si lo sabe, por qué no interviene? ¿Y quién controla a los controladores? ¿Todo este tinglado que hemos montado, que nos cuesta un huevo de euros, sirve para algo? ¿Nos garantiza derechos y evita corrupciones evidentes? ¿Qué está pasando en los demás ayuntamientos que no se llaman Marbella? ¿Se sabe ya o se esperará a saberlo cuando debajo de la alfombra ya no quepa más basura?

¿Y quién paga ahora las medicinas? ¿Los ahorradores que pusieron sus euros para asegurar una pensión más digna? ¿Y qué pasa con los empleados de Afinsa y Forum Filatélico, que se van a la p. calle? Por eso, la pregunta de Santiago Herrero, el presidente de los empresarios andaluces, tiene más calado del que a primera vista aparece, aunque en este país de necios anestesiados no nos queramos enterar. Aquello de ¿por qué la Junta de Andalucía no ha atajado antes lo del Hotel de Carboneras? ¿Pagará los platos rotos a los empresarios que invirtieron? ¿Los pagará a los que ya no ocuparán en él un puesto de trabajo? Convendrá hacerse preguntas. Porque la inquietud la siembra otra: ¿cuánto saben que no dicen, cuánto conocen que no intervienen, cuánta suciedad creen ya acumulada debajo de la alfombra? O ¿van a intervenir cuando ya la familia haya cogido la gripe y no haya quien pague entonces las medicinas? Y, mientras tanto, ¿se lavarán las manos? ¿Pagarán el jabón después? O a lo mejor es que aquí somos tan torpes que no nos enteramos de nada, a ver si va a ser verdad que el marido es el último en enterarse. Lo cierto es que hoy leo en los periódicos que algunos empresarios se van para otro sitio. Razones tendrán digo yo.

Y es que cuando me pasó otra vez por la cabeza, lo de Marbella y similares, y las declaraciones de los empresarios y la compostura, ahora, de la Junta, saltó otra pregunta y me vinieron ganas de huir a algún interesante libro que me librara de mis pesadillas. ¿Qué es antes, el huevo o la gallina? Es decir, ¿quién es más culpable, el empresario que paga la comisión -si es que es verdad que se pagan como pregona el clamor popular- o el político que la admite con supuesta complacencia -como dicen que pasa, que yo soy torpe y no entiendo de esas cosas-, quién los sabe y se calla? En fin que como no tenía más capacidad de digerir preguntas, y éstas son sólo producto de una mente desmañada como la mía, me marché a mi casa a dormir. Fue inútil, estuve la noche en vela. Hoy, volveré al tabanco, que con pan y vino se anda mejor el camino.

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