Las nuevas tecnologías están revolucionando nuestras vidas y, por supuesto, los modelos de negocio de las empresas, así como sus relaciones con los clientes y proveedores. En este sentido, las posibilidades que ofrecen los nuevos recursos existentes, la capacidad de computación asociada y, sobre todo, la generalización de su uso en la sociedad está provocando toda una serie de cambios que serían impensables hace apenas cinco o seis años.

De hecho, la proliferación de modelos de negocio con productos y/o servicios basados en economía colaborativa o soporte digital está perturbando el posicionamiento tradicional empresarial, donde las novedades técnicas o tecnológicas se iban incorporando al sistema productivo para mejorar la eficacia y eficiencia de los procesos existentes, sin cuestionar su rediseño, ni mucho menos plantearse una manera “disruptiva” de hacer las cosas.

EOI1Por ejemplo, si hace 10 años hubiéramos hablado con los responsables de los grandes medios de comunicación sobre cómo la generalización del soporte digital iba a eliminar (más o menos lentamente) el soporte papel y a trastocar lo que “consumen los clientes de contenidos y cómo lo consumen”, nos hubieran tachado de enajenados mentales. Si hace cinco años, le hubiéramos explicado a los taxistas o los hoteles que su negocio se vería amenazado por una cosa llamada economía colaborativa, nos hubieran solicitado un control de alcoholemia.

Y esto solo es el principio. Sin duda alguna, la “Transformación Digital de la Empresa” (TDE) se ha convertido en un mantra empresarial que se repite constantemente en los foros directivos, ocupa gran parte de los desvelos de la alta dirección de la compañía y está generando un sinfín de encuentros. Actos que, por cierto, gozan de una gran asistencia porque la cruda realidad es que, salvo sectores o empresas muy específicas, las compañías quieren hacer algo con la TDE, aunque no sepan exactamente qué hacer.

Es cierto que si nos acercamos a cualquier organización, todas ellas afirmarán que están inmersas en un proceso de TDE, pero seamos sinceros: hacer una app para interactuar con los clientes o los proveedores, introducir algoritmos sobre metadatos para conocer mejor nuestro mercado potencial, plantear un CRM sobre una nueva plataforma o abrir una línea de e-commerce para saltarnos a los intermediarios habituales (y quedarnos con su margen) no es, en mi opinión, llevar a cabo un proceso de TDE; es introducir ciertas mejoras operativas sobre lo ya existente, sin cambiar la esencia del “modus facendi” de la compañía.

La TDE tiene mucho de estrategia: son muchas las compañías en el sector privado y también en el público que están incorporando o reforzando su equipo con una dirección de estrategia y TDE (sin ir más lejos, en la última reestructuración de ADIF se ha creado un puesto de estas características) porque los resultados que se pueden alcanzar con las nuevas posibilidades implican reformular e incluso reinventar (no mejorar incrementalmente) los procesos y la organización existentes. Por eso, en mi opinión, es una cuestión estratégica que requiere del trabajo de muchas áreas y que no puede quedarse circunscrito al área de sistemas que, aunque lo liderase con su mejor intención, podría no alcanzar la profundidad requerida.

En definitiva, estamos ante un clásico del mundo de la gestión: un nuevo proceso de cambio en el que lo crítico, más que la herramienta en sí, será cómo gestionamos las personas que deben cambiar su paradigma de funcionamiento. La transformación de los diferentes modelos de negocio va a resultar extremadamente radical, por lo que el coste y resistencia al cambio serán tan fuertes que las empresas deberán hacer un gran esfuerzo (y no me refiero solo a euros) para conseguirlo.

 

Antonio Rodríguez Furones

Director de Operaciones de Tunstall Televida

Profesor Estrategia de EOI – Escuela de Organización Industrial