Solemos hablar de “cuadratura del círculo” cuando nos referimos a un problema muy difícil de resolver. La cuadratura del círculo es un problema matemático irresoluble de geometría que consiste en hallar, solo con regla y compás, un cuadrado que posea un área que sea igual a la de un círculo dado. Solo se puede resolver por el método de repeticiones sucesivas. Quizás esta imagen mental nos pueda servir para representar la compleja relación que tiene la economía con la sociedad y con el medio natural en la que se inserta.

Acabamos de conocer una buena noticia, William Nordhaus acaba de ser galardonado, junto a Paul Romer, con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. Entre sus méritos destacan sus estudios sobre la necesidad de incorporar a la economía la medición del bienestar ciudadano y una economía sostenible. Lo que hoy conocemos con el nombre de Economía Circular es un referente para nuestra ciencia y para la acción política.

Lo verdaderamente sorprendente es que hayamos tardado tanto tiempo en darnos cuenta. La economía siempre ha sido circular desde el comienzo de su nacimiento como ciencia. Y fue un médico, Francois Quesnay quien la alumbró. Quesnay trabajó al servicio del Rey de Francia, Luis XV que acostumbraba a llamarle “mi pensador”. Es una historia bonita para nacer como ciencia. No podía ser de otra manera.  Quesnay y su escuela de pensadores, los denominados fisiócratas, dedujeron que, igual que la circulación sanguínea, la economía era circular y está “circunscrita por límites físicos”. Su lema era que “las leyes humanas deberían estar en armonía con las leyes de la naturaleza”. Nos olvidamos de ellos rápidamente.

Con Adam Smith y los economistas neoclásicos el problema económico se simplificó. La economía no era circular sino lineal; los recursos naturales eran bienes libres o ilimitados, como el agua o la atmósfera; la riqueza la definió Walras como “todo aquello útil, escaso, apropiable y valorable” y el problema de la escasez se redujo a la escasez de capital. El paradigma científico se conformó con una visión mecanicista y parcelaria del comportamiento económico. La función de producción se definió por el capital trabajo y el capital producido, al que más adelante se le añadió el componente tecnológico. La regla era sencilla, aumentar la Productividad Total de los Factores (PTF) para conseguir el ansiado crecimiento económico y, con ello, automáticamente, el bienestar ciudadano. Esta regla sigue siendo cierta, pero hay que poner más factores y algunas restricciones en la ecuación: la naturaleza y al propio ser humano.

La escuela que fundó Quesnay, los denominados fisiócratas, vuelven a tener hoy día importancia para visualizar el necesario desarrollo de la ciencia económica. También, hoy día, el problema medioambiental del planeta y la situación de pobreza de miles de millones de personas, adquieren una significación especial. Esta es la cuadratura del círculo de la economía y una de las claves del nuevo modelo productivo que nos toca rediseñar y reconstruir de forma global, pensando en dos pilares: la aspiración a la dignidad del ser humano y la sostenibilidad del planeta. Es la era de la metaeconomía, la de empezar a pensar en los fundamentos de nuestra ciencia y en el verdadero objetivo que debe buscar: la satisfacción de las necesidades humanas en un planeta finito. Tenía que ser una mujer la que pusiera el contrapunto a este sinsentido. Era primavera del año 1972, cuando Donella Meadows, biofísica y experta en dinámica de sistemas, al frente de un equipo de 17 científicos de diversa naturaleza y procedencia, dio a luz una nueva concepción sobre el desarrollo: ‘Los límites al crecimiento’, un informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad. Existen otros precedentes históricos. Yo destacaría a David Ricardo (1817) y a mi economista de referencia, J.S, Mill (1871). Más recientemente, también Boulding (1966) en su obra ‘The Economics for the Coming Spacehip Earth’ y Georgescu-Roegen, con su magnífica obra ‘La ley de la entropía y el proceso económico’.

Las conclusiones del trabajo de Meadows fueron la “clave de bóveda” de una nueva arquitectura económica. El informe provocó una tremenda agitación al anunciar que el mundo se encontraba en peligro de agotar sus recursos. Este fue el titular de millones de periódicos, pero lo realmente trascendente fue que abrió las mentes y suscitó el interés ciudadano por una concepción diferente de la economía y la sociedad y su relación con el planeta.

Desde esa fecha, Naciones Unidas recogió el guante e hizo suyo el problema. Esa Sociedad de Naciones, soñada por Thomas Woodrow Wilson tras la primera Guerra Mundial, cogió una bandera que desde entonces no ha soltado. Ha sido la ONU la impulsora del Informe Brundtlandt (1987), dirigido por otra mujer, donde se acuñó por primera vez el concepto de ‘Desarrollo Sostenible’;  de la denominada ‘Agenda 21’, surgida en 1992 en la Conferencia de Río de Janeiro; del Protocolo de Kioto (1997), para luchar contra el cambio climático, entre otras.

El año 2015 fue un año decisivo que pasará a la historia de la humanidad por dos grandes Acuerdos. El primero ocurrió el 25 de septiembre, cuando la Asamblea General de la ONU aprobó la denominada ¨Agenda 2030¨. Lo importante no es el nombre, sino el contenido: un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia. Y, el segundo, de nuevo tenía que ser en París, un 12 de diciembre, cuando se adoptó el denominado Acuerdo de París para reducir el calentamiento global. Lamentablemente, hoy día, la administración de la principal potencia económica del mundo, EE.UU, se sitúa muy lejos de estos compromisos.

Pero en la Unión Europea queremos “Cerrar el Círculo”, este es el lema del novedoso Plan de Acción de la UE para la Economía Circular y de otras numerosas iniciativas dirigidas a conseguir esta nueva concepción de la economía en la sociedad y en el planeta.

Andalucía comulga con esta forma de ver el mundo y aparte de las numerosas iniciativas que se han tomado ya, en el Plan Económico de Andalucía 2027, la Agenda 2030 y la Economía Circular formarán parte fundamental de nuestra concepción del desarrollo económico deseable.

Quiero terminar tomando prestadas las palabras de otro gran economista, Kofi Annan, y, en homenaje suyo, del querido Premio Nobel de la Paz y secretario general de las Naciones Unidas, nuestro objetivo no puede ser otro que “poner en ejecución el desarrollo sostenible, o el desarrollo equilibrado entre las necesidades económicas y sociales de la gente y la capacidad de los recursos terrestres y de los ecosistemas para resolver las necesidades presentes y futuras”. Tomemos regla y compás.

 

Gaspar Llanes Díaz-Salazar

Secretario General de Economía de la Junta de Andalucía

 

 

Artículo incluido en el número de noviembre de la revista Agenda de la Empresa