Aunque parezcan distintos, los retos a los que se enfrenta la comunicación corporativa son similares a los que se enfrentan los medios de comunicación y tienen que ver con valores. Para ser precisos, con los buenos valores: con la confianza y la buena reputación. Confianza en la garantía de una palabra, de un servicio, de una marca, de una institución, etc. La confianza que da la credibilidad.

A grandes rasgos, las redes sociales se han convertido en la principal herramienta de las fuentes informativas, sean cuales sean su origen y naturaleza y han despojado a los intermediarios de la comunicación, sea corporativa sea periodística, de su control, desde el punto de vista del “chequeo” (checking) y la comprobación, y de su valor, desde el punto de vista de la credibilidad.

Las noticias falsas forman parte del paisaje y de una forma cada vez más amenazadora. Por ejemplo, y según información del XX Congreso de Periodismo Digital, que se celebra en Huesca y que se ha convertido en una referencia indispensable, en España, “el 36 por ciento de la información se consume a través de WhatsApp”, con lo que ello supone.

Porque, en efecto, la “audiencia es un misterio” y “presenta la misma oportunidad para que un periodista dé una noticia, que para que políticos y poderes fácticos introduzcan desinformación, inciten al odio y publiquen datos falsos, disfrazados de mensajes en cadena que termina pasándote tu cuñado”.

Seguro que cualquiera ha pasado por ello en los últimos tiempos. Sea cual sea el frente ideológico o la simpatía política, habrá recibido, estará recibiendo -o recibirá-, esa desinformación. Especialmente en torno a estos meses electorales.

Como respuestas, han nacido agentes de verificación, como la empresa Newtral o la ONG Maldita.es, de momento, las dos únicas españolas que están certificadas por la Red Internacional de Verificación de Datos -International Fact-Checking Network– para combatir “fake news” y desenmascarar los bulos.

Una de las grandes amenazas no solo está aquí, sino, en ocasiones, en el error de partida de quienes cuentan las cosas con cierto grado de “fantasía” o “singularidad”, en el caso de la comunicación corporativa, y de quienes dirigen, o no contextualizan bien, la información.

Y no es un asunto baladí porque estos errores, la mayor parte de las veces no intencionados, pueden causar males inesperados.

Si los mensajes no responden a la realidad corporativa o las informaciones no están contrastadas ni contextualizadas, pueden provocar un mayor daño que la simple fake por el hecho de que quienes manejen mensajes y noticias sean confiables y tengan credibilidad.

Por ello, es imprescindible un mínimo “control de calidad” en ambos casos. Tan sencillo como utilizar el rigor y el contraste para evitar errores que, por desgracia, Internet amplifica y acaban confundiéndose con errores (y falsedades) que luego es muy complejo clarificar.

Siempre he estado convencido de que la buena comunicación, como el buen periodismo, acaba prevaleciendo. En eso, coincido con una inmensa cantidad de profesionales buenos y extraordinarios. Pero hay que tener cuidado cuando hay tantos “malos” en pista y resulta preciso y urgente extremar más que nunca las precauciones. No es plan de “ayudar”, por muy involuntariamente que sea, a quienes sí que están todo el día tratando de manipular ideas y conciencias.

 

Francisco J. Bocero WEB Francisco Bocero

Director de Comunicación de CEA

@PacoBocero

 

Artículo incluido en el número de abril de la revista Agenda de la Empresa