No hay duda sobre que ha habido pocos momentos de cambio en la economía como éste. Uno de los principales es el interés de la economía por la búsqueda de evidencias para poder explicar y predecir las decisiones de la gente. Los economistas hablan ahora más de gente que de dinero, como decía Oriana Bandiera (London School of Economics) en su sonada conferencia anual de 2018 de la Royal Economic Society, respondiendo a la pregunta de a qué se dedican los economistas. Comprueben el impacto en Twitter del hashtag #whateconomistsreallydo.

Pero hay un segundo fenómeno en esta evolución de la economía que es la revolución de los indicadores, la búsqueda de indicadores que ayuden a entender con más profundidad los fenómenos de la economía es otra transformación relevante de la disciplina.

La revisión más profunda es la que se ha planteado en torno al concepto de bienestar y a las insuficiencias del PIB, ese acorazado de los indicadores, para medirlo y explicar su evolución. No es un asunto secundario. La aparición en el año 1990 del consolidado índice de Desarrollo Humano fue una novedad muy relevante. Pero desde hace varias décadas, se ha impuesto la idea de que para medir el progreso social es necesario complementar la medida tradicional del PIB per cápita con la medición de las condiciones de vida de las personas.

Tuvo especial impacto la publicación en septiembre de 2009 del informe sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social, más conocido por Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi por los economistas a los que la llamada Comisión Sarkozy encargó el informe. Antes se había puesto en marcha la conocida y exótica experiencia del índice de Felicidad Bruta de Bhutan. Estas iniciativas se basan en los viejos esfuerzos de la economía por incorporar elementos cualitativos y subjetivos a la medición de los fenómenos económicos.

A esos antecedentes les ha ido acompañando su progresiva incorporación en los estándares estadísticos. En el año 2011, el Comité del Sistema Estadístico Europeo aprobó el Informe Medición del progreso, el bienestar y el desarrollo sostenible, en el que se incluyen 50 acciones específicas del Sistema Estadístico Europeo para implementar las recomendaciones del Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi.

Existen hoy ya alternativas oficiales para medir el bienestar de manera complementaria a los indicadores tradicionales. En la página del INE se encuentran los datos y detalles del índice de calidad de vida, un indicador compuesto de los fenómenos multidimensionales que describen el bienestar y que se declara fruto del Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi. El indicador mide nueve dimensiones: condiciones materiales de vida, trabajo, salud, educación, ocio y relaciones sociales, seguridad física y personal, gobernanza y derechos básicos, entorno y medioambiente y experiencia general de la vida. Los datos que incluyen van desde la tasa de empleo a la percepción de seguridad (medida sobre la respuesta a la pregunta de si se siente seguro caminando a solas de noche en la zona en la que vive) o al número de veces que se reúne con familiares, amigos o compañeros o a disponer o no de alguien para hablar de temas personales.

Hemos mencionado otras veces la tasa AROPE (siglas en inglés, At Risk of Poverty and Exclusión) que es el indicador multidimensional para medir el riesgo de pobreza o exclusión en la Estrategia 2020 de la Unión Europea y que recoge tres dimensiones: tasa de riesgo de pobreza después de transferencias sociales; carencia material severa de bienes y hogares que presentan muy baja intensidad laboral. Los ejemplos son inagotables en una carrera por construir índices globales. Los propios ODS y sus metas son una importante contribución en esta revolución.

Los economistas que lideran el comité de alto nivel de la OCDE para la medición del desarrollo económico y el progreso social lo explicaban recientemente en un artículo (Stiglitz, Durand y Fitoussi): ¿a quién vas a creer? ¿A mí o a lo que ven tus ojos? Si lo que los expertos dicen tiene poca o ninguna relación con lo que la gente siente o percibe, es inevitable que dejen de creer lo que los expertos y políticos plantean, buscando respuestas por otro lado.

 

Pedro Caldentey WEB Pedro Caldentey

Director del Departamento de Economía

de la Universidad Loyola Andalucía

@PedroCaldentey

Artículo incluido en el número de octubre de la revista Agenda de la Empresa