El año 2019 no ha sido ni fácil ni tranquilo. Como ha señalado Santiago Carbó, lo empezamos al trote y lo acabamos al paso. Los nubarrones de la recesión parecen despejados pero cualquier susto casero o geopolítico del 2020 puede traer de nuevo el miedo a casa.
Tres asuntos complejos y muy determinantes para nuestro futuro han tenido gran protagonismo este año en términos de comportamiento de la economía, pero también en términos de reto intelectual para la economía como disciplina.
El primero es del temor al estancamiento secular, concepto que recuperó Larry Summers en el año 2013 en su conferencia en el foro anual del FMI, y que pronostica un bucle de deflación y bajo crecimiento prolongado en el tiempo, especialmente para las economías desarrolladas. La base de este concepto, que es de los años 30 como ha explicado Ramón Casilda, se centra en el agotamiento de las fuentes de crecimiento. ¿Estamos atrapados en este entorno de bajo crecimiento, expectativas pesimistas, baja productividad, remuneraciones escasas, tipos de interés negativos y desestímulos a la inversión productiva?
El segundo asunto es el del incremento de la desigualdad o el aumento de la exclusión y la precariedad, según los países de los que hablemos. El debate sobre cómo entender la desigualdad y cómo medirla está siendo muy sugerente y positivo. Parece obvio que nuestras sociedades se han visto afectadas por los excesos de una hiperglobalización que parecía un buen negocio para las economías desarrolladas y se ha convertido en un boomerang para el interés general. Su conexión con el descontento social y el apoyo a propuestas radicales es también obvia. La necesidad de tomar medidas al respecto parece imponerse entre todos los agentes. Son buen ejemplo de ello los debates sobre los sistemas de rentas mínimas o las medidas para reducir la precariedad y el dualismo en el mercado laboral o para incrementar las oportunidades de empleo vía formación y educación.
Y el tercer asunto es el debate sobre la eficacia del Estado. Que es un debate que va más allá de la importante discusión sobre el déficit público y la deuda o sobre la necesidad de una política fiscal que apoye los estímulos monetarios. Los análisis de AIReF, entre otros, han ilustrado bien la urgencia de evaluar y romper inercias en las políticas públicas. Más allá de la relevancia de definir cuánto gasto y cuánto ingreso público necesitamos, está sobre la mesa el debate sobre las funciones y la estructura del estado ante este cambio de ciclo y paradigmas.
Señalaba en mi columna previa los retos para la economía española en el 2020 en un ámbito más global y de largo plazo, que se resumen en el reto de dar un salto en nuestra modernización, como los que dimos en los sesenta, o en los ochenta y quizás al final de los noventa al subirnos al carro de la UEM.
Usando la terminología que ha popularizado Mariana Mazzucato y que la Unión Europea parece haber comprado, necesitamos definir nuestra propia misión a la Luna para dar ese salto. Una misión que sirva de excusa para canalizar el conjunto de trasformaciones que la economía y la sociedad española necesitan en torno a un proyecto grande y movilizador. Una misión a la Luna que no puede estar lejos de la de la UE, que parece que se centrará en la propuesta del European Green Deal de la nueva Comisión de Von der Leyen.
Para eso necesitaríamos liderazgos sensatos y colectivos. También políticos, pero su ausencia es otro lamento profundo y sostenido del 2019. Ojalá 2020 nos regale una coalición de empresarios, ciudadanos, organizaciones y políticos que sepa empujar nuestro particular salto a la Luna sobre unos consensos básicos que dejen atrás el exceso de dogmatismo y gesticulación de este año.
Pedro Caldentey
Director del Departamento de Economía
Universidad Loyola Andalucía