Este episodio insólito histórico no deja de plantearnos pruebas. Esta crisis, que nos llegó sin que hubiésemos cerrado la anterior, nos deja profundamente descolocados por su inmediatez, su magnitud y su naturaleza. Nos aboca a una sensación de indefensión que solo habíamos vivido parcialmente o que habíamos visto sufrir solo a parte de nosotros o que observábamos como espectadores en otras regiones del mundo. Lo que vivimos hoy es desconocido porque nunca nuestra voluntad y nuestras decisiones importaron tan poco.
Los efectos económicos van a ser malos sin matices. Las primeras previsiones (FMI, Banco de España, BBVA, Funcas) coinciden en una caída en 2020 que nos hace ir bruscamente hacia atrás en la recuperación de los equilibrios macro. Ya hemos descartado la crisis en V, con una recuperación rápida, pero tampoco parece que una crisis en L sea un escenario inevitable. Para explicar las predicciones hablamos de la U asimétrica y algunos dibujan el logo de Nike. El FMI se ha apuntado el tanto de nombrar la crisis que será conocida en los libros como el Gran Confinamiento (The Great Lockdown). Poniéndole nombre propio, hemos independizado esta crisis de la anterior, la Gran Recesión, y tendremos que contarlas en el futuro como dos crisis diferentes pero seguidas.
La economía del confinamiento nos enfrenta a dilemas viejos y nuevos, pero la exigencia de dar respuestas inmediatas nos empuja a salir de esta crisis y cerrar al mismo tiempo la anterior. La economía del confinamiento podría ayudarnos a resolver algunos problemas que parecían inabordables.
La pandemia deja al descubierto la urgencia de resolver algunas de las enormes limitaciones de nuestra economía. La dualidad del mercado laboral y la montaña rusa de las cifras de desempleo en España (del veintiuno al ocho, del ocho al veintiséis, del veintiséis al catorce, del catorce al veinte) se convierten en un asunto inaceptable en un país como el nuestro. Urge un pacto sensato para resolver este lastre que frena nuestra prosperidad desde 1973.
Comprobamos de nuevo cómo nos afectan los desequilibrios de nuestra estructura productiva. Este número de Agenda de la Empresa se centra en los efectos de las tecnologías disruptivas en el sector turístico. Tenemos la oportunidad de impulsar cambios estratégicos en el sector para colocarnos con fuerza en el pódium del turismo global. Porque la crisis también nos ayuda a redescubrir el enorme potencial de nuestros principales sectores productivos. La decisiva importancia del sector agroalimentario, o la relevancia y peculiaridades del sector de la distribución.
Con toda la prudencia necesaria, hay que replantear la idea de que hay industrias y servicios estratégicos sobre los que una economía no debe perder la capacidad de producción. Tendremos que hacer EPI, respiradores o mascarillas en Europa por más baratas que sean en China. Y revisar las vulnerabilidades a las que nos exponen las cadenas globales de valor. Es el debate de la globalización que es importante plantear en términos de control de la hiperglobalización que plantea Dani Rodrik, y no en términos de una desglobalización que pueda abrir la carrera de un neoproteccionismo al estilo Trump. Una carrera peligrosa para todos, pero especialmente para los países en desarrollo.
Hemos aprendido muchas más cosas sobre nosotros. Que la ciudadanía española reacciona con determinación cuando es necesario, con generosidad desde los hogares y las empresas. Que tenemos una desviación poco saludable por los debates menos prácticos y relevantes. El ruido del Congreso y del postureo político ha quedado radicalmente devaluado en una situación como esta.
Hemos aprendido que necesitamos un Estado más eficaz y potente, mejor gobernado, con capacidad de reacción. Que lo importante son las decisiones sobre la digitalización de las administraciones, sobre la subsidiariedad en la definición de las competencias públicas o sobre la calidad de la democracia. Hemos aprendido que necesitamos políticas basadas en evidencias y evaluación de lo que funciona o no, que necesitamos músculo y talento y que no invertir en ciencia y en conocimiento nos conduce a la dependencia y a la improvisación. En nuestro caso las opciones son muy claras, Europa. Las epidemias revientan las fronteras y son la principal manifestación de los límites de la acción nacional. La vulnerabilidad de los países europeos a esta pandemia hace evidente el potencial de la acción común, para que las respuestas sean eficaces y protejan a Europa de la irrelevancia.
La crisis del 2008 nos enseñó que hay que actuar intensa y rápidamente y el consenso parece hoy irrefutable. Buscando las soluciones, estamos rompiendo con algunos dogmas que frenaban decisiones más fáciles de tomar en EE. UU. que en la UE.
El debate sobre la mutualización de riesgos o la monetización de la deuda nos ayudarán a salir de la atonía a la que parecíamos condenados, a romper con la asimetría entre la política fiscal o monetaria. Los planes sobre el presupuesto europeo y otros instrumentos de acción hacen factibles ideas hasta ahora abstractas como el New Green Deal. Quién sabe si esta crisis nos animará a recuperar el impulso de modernización y protagonismo global que Europa necesita.
Pedro Caldentey
Director del Departamento de Economía de la Universidad Loyola Andalucía