La pandemia ha abierto algunas puertas en los debates de la política económica. Todo sugiere que esta crisis nos empuja a un panorama mucho más prometedor de aquel al que nos llevó la llamada gran recesión y sus episodios de crisis financiera en 2008 y crisis de deuda en el año 2010 y posteriores.

La gran recesión nos llevó a una dinámica de austeridad radical que hemos tardado mucho en procesar. Solo ahora estamos valorando con la ecuanimidad necesaria las luces y sombras de la austeridad. Estos días, con motivo de su reciente fallecimiento, se celebra la obra de Alberto Alesina y su extraordinaria contribución al debate sobre la austeridad y sus efectos. Sus trabajos hablaban de austeridad expansiva, la que genera estabilidad y crecimiento, una propuesta que ha sido controvertida pero que se apoya en sus contribuciones sobre los determinantes del comportamiento político, social y económico a un nivel más micro, como recordaba Alejandro Cuñat en Nada es Gratis.

Se ha publicado también estos días el informe de evaluación sobre la asistencia financiera a Grecia, dirigido por Joaquín Almunia para el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM), el instrumento creado para proveer financiación a los rescates de la gran recesión. El informe de Almunia valora que el rescate atendió a los mandatos recibidos y que evitó el Grexit, pero dice también lo siguiente en su resumen ejecutivo: aunque los programas abordaron las necesidades fundamentales de estabilidad financiera de acuerdo con su mandato de estabilización, los interesados se conformaron implícitamente con un equilibrio de bajo crecimiento en el marco del programa ESM; dieron prioridad a los objetivos fiscales frente a las reformas de los mercados de productos que fomentan el crecimiento y que habrían requerido centrarse en los intereses corporativos. La composición del ajuste fiscal no propiciaba un crecimiento inclusivo y carecía de una perspectiva económica a largo plazo.

Austeridad como fin y no como instrumento, por tanto. Es un debate que vuelve ahora con la pandemia de la mano de los países frugales y algunos actores nacionales con ganas de apretar al gobierno, pero el entorno lo hace innecesario e inaceptable. Los países más afectados no lo han sido por sus errores, sino por una confluencia de factores ajenos y casi siempre fortuitos. Ni empresas ni instituciones hicieron nada para merecerse este enorme impacto. Eso aleja la figura esterilizadora del riesgo moral. Solo la invoca la sombra del margen fiscal, del esfuerzo insuficiente para haber reducido el déficit y la deuda. Algo evidente pero fácil de decir a toro pasado, poco viable en el baile electoral y político que hemos vivido estos años.

El confinamiento ha roto barreras. Aunque es una metáfora que se rechaza por guerrerista, hemos vivido una economía de guerra que nos empuja a soluciones drásticas como la extensión de los ERTE a costa del déficit, el sacrificio de los ingresos fiscales o la financiación de ayudas a empresas y sectores, hasta ahora prohibidas por las reglas de mercado único. Por esa misma metáfora guerrera, hablamos ahora de reconstrucción.

La austeridad reaparece asociada a la idea de las condiciones a las que podrían o deberían estar sujetos los préstamos y contribuciones presupuestarias que lleguen desde la batería de soluciones que lentamente mastica la Unión Europea. Es un debate erróneo en los términos en que lo empezamos a discutir. No hablamos de condiciones de estabilidad en el plano de la austeridad, sino en el de las reformas y políticas a las que debe estar asociada la financiación.

Es la hora de las reformas positivas, de abrazar los marcos de reforma y transformación derivados del presupuesto comunitario, de la agenda común europea. El debate sobre las respuestas a la crisis del COVID-19 coincide felizmente con las previsiones financieras 2021-2027 por lo que podemos contar con que los fondos extraordinarios estarán conectados a las prioridades estratégicas de la Unión que son las nuestras: economía verde, economía digital, combate a la exclusión y a la pobreza, promoción de la productividad y la competitividad y todos esos asuntos que llevan años en la agenda europea, española y andaluza.

Como han repetido varios economistas y analistas estos días, somos nosotros mismos los que debemos establecer las prioridades y compromisos. Atar esta oportunidad, este margen inédito de actuación a acelerar las reformas pendientes. Es el momento de enfrentar los problemas que frenan nuestro desarrollo sostenible y nuestra productividad, que fuerzan los niveles de exclusión. La dualidad del mercado laboral, nuestra dependencia desequilibrada de sectores intensivos en mano de obra, la calidad de la gestión empresarial, el tamaño de nuestras empresas, la falta de ecosistemas público-privados de innovación tecnológica, la promoción de la eficacia de nuestras administraciones públicas, la digitalización del Estado y sectores productivos, las políticas que minimicen las cifras de pobreza y exclusión, la reforma de la educación, el rearme de la sanidad, etcétera.

Es la hora de abrazar las reformas para que creen los incentivos necesarios para abordarlas con intensidad y buen criterio, con evidencias sólidas y capacidad de evaluar resultados. Habrá que elegir y hacer unas cosas antes que otras y estar pendientes del riesgo, hoy apagado pero latente, de una modificación de la política monetaria súper-expansiva por tensiones inflacionarias en un entorno de alta deuda pública o privada.

Es la hora de las reformas y de la reconstrucción de la economía. Sin despreciar los riesgos y el tamaño del reto, hay en la economía española fortalezas en las que apoyarse como el potencial de nuestro sector de energías renovables o el desempeño de nuestro sector exportador, empeñado en cambiar nuestros patrones deficitarios. O con el extraordinario potencial de nuestro mundo rural para generar actividades e ingresos y para acoger un sistema agroalimentario que merece recuperar su mejor protagonismo en el salto que demandamos a la economía española.

 

Pedro Caldentey WEB Pedro Caldentey

Director del Departamento de Economía

Universidad Loyola Andalucía

@PedroCaldentey

 

Artículo incluido en la edición de julio-agosto de Agenda de la Empresa