Que parece lejano en vista de lo que está sucediendo, y todavía más con lo que está sucediendo, y que llegará, como sucede a cada año que pasa, con la sensación de que ha llegado más rápido que el último. Y lo hará -si no hay novedades desde hoy, finales de junio, hasta entonces- con la incógnita que atenaza a todo el mundo: ¿qué dimensión tendrá el rebote de la pandemia a lo largo del otoño?

La respuesta -cuando se conozca- resultará clave para modelizar las previsiones económicas de los próximos años y vendrá a confirmar, o no, la magnitud de los escenarios que se han ido dibujando en estos meses: desde la célebre V, que todavía es manejada por algunas vacas sagradas de la banca de inversión, como Morgan Stanley (ahí está la racional irracionalidad de los mercados financieros en mayo y junio), hasta las habituales profecías apocalípticas de Nouriel Roubini, que vaticina que nos espera una “década de desesperación”.

En cualquiera de los casos, nos encontramos con una evidencia: convivimos, simultáneamente, en un momento en el que las empresas son más importantes que nunca, con una de las mayores intervenciones públicas de la Historia a escala global.

Si bajamos al terreno local, para centrarnos, hay que reconocer, y se debe reivindicar, el esfuerzo y el papel de muchas empresas ante el COVID-19. Desde que se inició la crisis, hemos conocido muchos casos, -se han contado muchos “relatos”, todos ellos motivadoramente veraces- de empresas y compañías que han demostrado creer de verdad en las personas.

Frente a la retórica habitual del viejo principio de que “lo importante son las personas”, las iniciativas empresariales e institucionales privadas de responsabilidad social y buena conducta han puesto realmente el foco en ellas y han recuperado buena parte de la reputación que nunca se debió perder.

Esta “renovación” de la imagen genérica de las empresas y su valor ha culminado estos días con la cumbre empresarial organizada por CEOE bajo el título ‘Empresas Españolas: Liderando el Futuro’. Una cita al más alto nivel directivo que ha ofrecido propuestas (para dar respuestas) a este período que se abre a partir de septiembre.

Por encima del programa económico -amplio y sobradamente conocido- se encuentra un mensaje empresarial de calado, potente y moderno, que derriba muchos de los prejuicios que sigue arrastrando el mundo de la empresa en España -en determinadas comunidades más que en otras- y que sustenta con hechos, no solo cuantitativos, como la creación de empleo, sino cualitativos, esa nueva responsabilidad social y preocupación real por las personas, la credibilidad de la iniciativa.

Corresponde a los directivos y gestores seguir manteniendo y ampliando esta “nueva” reputación empresarial y a la comunicación, a sus responsables, saber contarla con sencillez y equilibrio. Hacia dentro, de ahí también las buenas iniciativas que han surgido en materia de comunicación interna, y hacia fuera, esas historias a las que hacía referencia.

Es evidente que las cosas van a ser difíciles. Lo han advertido desde el minuto uno la mayor parte de los intervinientes porque la posición de partida de nuestro país es peor y el efecto en los sectores más expuestos, mayor. Si no se atienden a las empresas, muchas de ellas se quedarán sin margen de maniobra y de ahí a la desaparición, habrá un paso. Pero hay que redimensionarse en esta nueva situación y darles a las personas -a sus capacidades, iniciativas y talento- el valor que tienen, porque, al final, las empresas no son sino las personas que las forman.

 

Francisco J. Bocero Paco Bocero WEB opinion

Gerente de Dircom Andalucía

@PacoBocero

 

Artículo incluido en la edición de julio-agosto de Agenda de la Empresa