Si la política es la actividad orientada a la toma de decisiones para alcanzar los objetivos del bien común, en España, en los últimos años, parece que muchos de los políticos que nos gobiernan han perdido la brújula moral para organizar la vida social de manera coherente y honrada, esa brújula que lleva a dejar a un lado intereses particulares para velar por los de toda la nación. También el debate político, ese necesario confronto ideológico en igualdad de condiciones exponiendo propuestas y posturas, se ha ido degradando hasta el punto de considerar al interlocutor solo como enemigo a batir a cualquier precio, sin ni siquiera escuchar las razones de sus ideas. Por lo que muchos nos preguntamos si ha perdido la política en nuestro país el sentido profundo de sus fines y su relación con la conciencia moral, hasta qué punto se ha descolorido la ética del ciudadano que entra a operar en las instituciones políticas y si se está ignorando esa separación de poderes por la cual lo legislativo, ejecutivo y judicial deberían ser ejercidos con autonomía e independencia entre sí.

No hablo de cosas excepcionales, sino de cualidades y elementos esenciales que deberían caracterizar a las democracias representativas, esos principios generales compartidos que son la base de la política y preliminares a las opciones sobre las formas de organizar la convivencia social.

Más allá de las ideologías y de las ideas o postulados fundamentales que caracterizan a los partidos políticos, en relación a cómo deberían funcionar las instituciones de un Estado, una sociedad o una ciudad, el denominador común en el sentir de los políticos tendría que basarse, en lo que a cada uno respecta, en que el mundo que dejara tras su mandato sea más justo, más pacífico, más desarrollado que el que encontró cuando asumió su cargo. En la actitud y el compromiso individual de quienes hacen política, el rigor en la ética debería ser máximo.

Los clásicos griegos como Aristóteles, y los romanos a continuación, consideraban la política la más alta de las “artes” humanas. Yo también quisiera afirmarlo, aunque el panorama actual me confunda y dicha afirmación suene a utopía, no solo por su complejidad objetiva, sino también porque tiene que ver con un fuerte compromiso ético, de búsqueda y defensa de valores, de principios, en pro de la convivencia humana.

Lo que solemos llamar simplemente dimensión moral. Política y ética están juntas, asistidas por la ley, como ciencias normativas que son. Por ello, solemos considerar la moral, o conocimiento ético, como el fundamento del derecho, que además inspira la acción política, la ley que regula, instruye y sanciona con base en las reglas que una determinada comunidad se da a sí misma. Todo orientado al “bien común”.

Pero la moral es a menudo ofendida y vilipendiada por los mismos agentes políticos, de ahí la perplejidad al comprobar como muchos políticos no hacen demasiado por evitar enfrentamientos y calumnias, por sus meros propósitos de éxito alcanzado a través de la opresión de otros. Si los cuchillos de los conspiradores ya no salen de las túnicas como en tiempos de la antigua Roma es porque hoy los “Casio, Casca y Bruto” usan chaquetas y ropa de marca, lo que no significa que la metáfora de las puñaladas no se aplique.

Estamos viviendo una fase de profunda decadencia intelectual y cultural, incluso antes de una decadencia moral. No pierdo la esperanza de que las generaciones más jóvenes reinicien un camino virtuoso donde la política y la moral estén juntas, una en apoyo de la otra. Mientras tanto, me gustaría preguntarles a nuestros gobernantes a quiénes rinden cuenta. ¿A los votantes? ¿A los principios que sustentan sus partidos? ¿A la comunidad a la que deberían servir? ¿A su misma conciencia? ¿A Dios quizás…?

 

Manuel Bellido Manuel Bellido2

Director de Agenda de la Empresa

@mbellido

 

 

Editorial incluido en la edición de septiembre de Agenda de la Empresa