Buena parte de los análisis que se han hecho en los últimos meses han utilizado la expresión “tormenta perfecta” para definir la situación en la que nos encontramos sobre la triple crisis sanitaria, económica y política (e institucional).

Pero la expresión, y su contextualización, no es exclusiva de nuestro país. Un vistazo en Google Trends nos enseña que el título en inglés, perfect storm, supera con mucho al castellano en búsquedas globales y, no solo en referencia a la película del mismo nombre que interpretó Clooney junto a un reparto estelar en el ya lejano año 2000.

En realidad, tampoco su uso es privativo del momento actual, en el que esta triple crisis es percibida en muchos lugares del mundo, sino que lleva utilizándose hace ya tiempo para definir otras situaciones. De hecho, se empezó a hacerlo con profusión en el período postcrisis de 2008, tras la ola de la gran crisis financiera global, y acabó imbricándose en el imaginario comunicativo como una definición perfecta del desastre sin paliativos.

Sin embargo, es indudable que la pandemia la ha superado, empezando por el impacto económico que se está viviendo en “directo”, desde las ayudas asistidas a las empresas para evitar su cierre (ERTE y recursos financieros) hasta el propio cierre de buena parte del tejido empresarial de los sectores con mayor exposición pública al contagio, servicios de todo tipo relacionados con el ocio, la cultura y, por supuesto, el turismo.

Un foco distinto. Desde el punto de vista “reputacional”, el foco es también distinto. Hace más de una década, los grandes culpables de la crisis se identificaron mayoritariamente en el ámbito privado, en concreto en la “banca” sin distinguir con precisión lo sucedido en el sistema financiero y sus distintos agentes, y ligeramente en menor grado en el sector constructor e inmobiliario.

Por supuesto que la crisis se llevó por delante a varios gobiernos. En menos de tres años y medio, Obama derrotó a los republicanos, Gordon Brown cedió el poder a los tories, Rodríguez Zapatero a Mariano Rajoy, Nicolas Sarkozy a François Hollande y Mario Monti a Berlusconi. Solo Ángela Merkel fue capaz de mantener el gobierno, gracias a su coalición con los socialistas. Y el mensaje comunicativo se centró en la “reinvención del capitalismo”, como pedían entre otros algunos grandes empresarios globales como Richard Branson.

Pero en esta crisis, la atención está en los gobiernos, las administraciones y las instituciones públicas, responsables últimas de las políticas que deben gestionar la situación y en la eficacia y ejemplaridad de sus acciones y sus actitudes.

El siempre recordado Enrique Alcat, uno de los mejores directores de comunicación que ha habido en este país, escribió en 2014 un libro titulado, precisamente, La tormenta perfecta. Un repaso a la gestión de diez casos de comunicación de crisis en nuestro país, curiosamente, muchos de los cuales siguen vigentes todavía en una “segunda o tercera” versión y otros, pueden trasponerse en versiones idénticas seis años después de la publicación del libro y casi dos décadas de sucedidos varios de ellos.

De esos diez casos, ocho pertenecían a la vida política e institucional y solo dos al mundo privado y precisamente, uno de ellos a la banca.

Las tormentas perfectas que nos asolan requieren más que nunca de mucha comunicación ordenada y clara. Los desconciertos constantes ante la evolución de la pandemia hoy, en la última semana de agosto, han elevado la incertidumbre a niveles insoportables precisamente por la falta de comunicación. En el plano de la salud, en la evolución de la economía y en el juego político.

 

Francisco J. BoceroPaco Bocero WEB opinion

Gerente de Dircom Andalucía

@PacoBocero

 

Artículo incluido en la edición de septiembre de Agenda de la Empresa