Pedro CaldenteyWEB Pedro Caldentey

Director del Departamento de Economía Universidad Loyola Andalucía

@PedroCaldentey

 

Le hemos dicho de todo a este año 2020 que estamos deseando dejar atrás. Quedará en los libros de historia como uno de los sobresaltos más intensos de nuestra historia reciente. En los libros de economía dejará un enorme rastro con esa súbita y profunda caída en la forma en V o la que finalmente adopte.

Nuestros jóvenes, nuestros alumnos de dentro de unos años, que no tendrán una memoria personal de este momento, nos preguntarán que pasó en 2020 y 2021 cuando vean el tremendo bache en los gráficos y las series históricas. En realidad, ellos verán dos décadas de alteración porque lo conectarán con la gran recesión.

Esta pandemia va a dejar una enorme huella negativa en toda la economía mundial en forma de caída de la actividad, pérdida del empleo, incremento del riesgo de pobreza, déficit y deuda pública, caída de las remesas de emigrantes, incremento de la brecha educativa por las dificultades de acceso a la escuela, más hambre y seguridad alimentaria y posibles focos de conflicto político. No cabe duda de la intensidad de sus consecuencias.

Habrá, seguro, sectores que no se podrán recuperar de la crisis. Habrá países o niños cuyo futuro quedará comprometido por los efectos de la pandemia y el confinamiento porque coinciden con sus años de despegue o de los años críticos de su formación y crecimiento. Es difícil hacer previsiones. La reverberación de los problemas provocados por la pandemia crea un enorme efecto mariposa en todo el mundo.

Es razonable pensar, sin embargo, que la crisis será corta. La actividad interrumpida irá recuperando vigor. Los sectores beneficiados por la crisis -que los hay- tirarán con intensidad de la economía y nos acercarán a una nueva normalidad. Hemos aplicado a esta crisis los mismos fundamentos de una economía de guerra y conocemos bien como las sociedades son capaces de reconstruir su futuro desde las cenizas.

El colapso que hemos vivido es un acelerador de los cambios que se ya apreciaban en el trasfondo de la Gran Recesión. Nos acerca a la economía del siglo XXI y clarifica algunos de los procesos que explican este cambio de época. Entre daños y riesgos hay también poderosas tendencias positivas tras la pandemia.

La primera de esas tendencias es la digitalización de la economía que ha acelerado la cuarta revolución industrial que apreciábamos con tanto recelo antes de la COVID-19. No hemos despejado del todo los temores, pero tenemos mucho más cerca el escenario que los provocaba. La adaptación de parte del tejido productivo a la pandemia ha acelerado mucho un proceso que ya estaba en marcha.

Muchos sectores han realizado en meses una mudanza de sus modelos de negocio que les hubiese costado años. La hoy sufriente hostelería y el comercio han abierto nuevas vías de negocio digital que les ofrecerán oportunidades en el futuro. El teletrabajo se ha probado ya como una opción factible que puede generar muchos beneficios en competitividad y condiciones laborales si no se aplica con exceso.

La digitalización ha puesto ya sobre la mesa un debate que no estaba. El de la brecha digital y el de la necesidad de borrar, especialmente, la diferencia en niños y jóvenes españoles según su situación personal. Pocas causas tan eficientes como está a largo plazo. Pone también en la mesa la urgencia de invertir en corregir el rezago digital de España con respecto a otros países.

Finalmente, la digitalización es parte de la misma ecuación a la que pertenecen la reforma de la educación, la formación continua o la innovación. Es fundamental que las políticas públicas sitúen estos temas como prioridad y puedan servir de incentivo al sector privado para optar por la innovación.

La segunda de estas tendencias tiene que ver con el cambio de los equilibrios productivos de la economía española. Se ha discutido mucho la dependencia de la economía de sectores como el turismo o el comercio que a veces son señalados paradójicamente por ello. Esta crisis nos ayudará a perder cierta grasa en estos sectores, ojalá con compensaciones y ayudas, y a fomentar nuevos sectores o a recuperar el valor estratégico de algunos. Un caso que hay que destacar es el del sector agroalimentario que ha mostrado con rotundidad su enorme valor para la economía española en esta pandemia, tanto para resolvernos necesidades básicas, como para sostener la actividad interna e incluso para mantener la actividad exportadora.

Potenciar nuevos sectores es también crítico. El sector sanitario, el farmacéutico, las telecomunicaciones, la robótica o la Inteligencia Artificial son elecciones que la pandemia ha señalado como necesarias. Las energías renovables y la economía verde están también en la lista de prioridades.

Por fortuna, el plan de Next Generation de la UE podría ser un enorme incentivo para promover algunos de estos cambios, también acelerados por la pandemia. El propio cambio subyacente en este programa de la UE cambia totalmente, por fin, el perfil conservador y apocado que la UE había adoptado desde antes de la Gran Recesión. Hoy, tras la pandemia, gracias a ella, podemos decir que la Unión Europea ha vuelto como motor de cambio y ambición conjunta.

La tercera de estas tendencias positivas que nos deja 2020 es el surgimiento de las bases de un contrato social ajustado a una renovada cohesión comunitaria. Se aprecia en varios ámbitos, aunque es quizás la menos palpable de las tres tendencias que les proponemos. La inclemente austeridad de los rescates europeos ha dejado paso a políticas de gasto público para rescatar a los más afectados y a los más vulnerables, con una batería impensable de recursos e instrumentos. En el plano global ocurre algo parecido, aunque está más apoyado en señales que en recursos o promesas firmes de condonación de deuda o de flujos de cooperación internacional para los países en desarrollo.

Son bases renovadas de un contrato social que exige unas administraciones públicas diferentes, más eficaces, que deje atrás inercias. Pero también un sector empresarial preparado para adaptarse a esta nueva época y asumir nuevos retos ante los nuevos incentivos, y ciudadanos que ejerzan con más vigor sus obligaciones y derechos.

La sociedad ha dado también muestras de una nueva conciencia sobre el dolor de los otros. Ha habido más compasión y menos culpabilización. La economía experimental trabaja a destajo para medir si ha habido cambios de comportamiento provocados por la pandemia. Los expertos en marketing e investigación de mercado detectan que la pandemia ha impulsado el perfil de un consumidor consciente, más preocupado y dispuesto a dirigir su consumo al comercio local, o al consumo ecológico o justo.

Los ERTE, el ingreso mínimo vital, la preocupación porque éste no acabe de arrancar con eficiencia o la nueva deuda europea para enfrentar comunitariamente los efectos del confinamiento son elementos que forman parte de esta nueva cohesión.

También los anuncios de facilitar la vacuna a los países en desarrollo o de cubrir en esos países la deuda provocada por la pandemia en países sin ningún espacio fiscal para enfrentarla. Aunque los casos de China o Hungría nos contraprograman la idea, también podrían formar parte de esta nueva cohesión la crisis de los liderazgos disruptivos basados en el nacionalismo más radical como el de Donald Trump o los de algunos países latinoamericanos que suscitan la esperanza de recuperar una gobernanza global activa en torno a la recuperación de las crisis y los consensos de la Agenda 2030.