Ana María Pacheco Ana María Pacheco WEB opinion

Doctora en Informática y sus aplicaciones

Doctora en Matemáticas

 

En noviembre, la Universidad Loyola (donde imparto matemáticas en ingeniería) me pidió que participase en un foro que organizaba Prodetur sobre Mujeres STEM. El objetivo era promover que las niñas estudiasen carreras de ciencia e ingeniería.

A raíz de esto, me rondan preguntas como: ¿de dónde viene mi vocación por la ciencia? o ¿al comenzar a trabajar se confirmó que el camino elegido era el correcto? También leí artículos indicando que, para las niñas, las asignaturas STEM eran más interesantes si se enfocaban para ayudar a construir un mundo mejor. Fruto de estas reflexiones, surge este artículo de opinión.

Lo primero en lo que pensé es que, desde que tengo uso de razón, me interesan los razonamientos lógicos; de ahí, mi interés por las matemáticas. En el colegio, no me estimulaban las asignaturas que consistían en memorizar datos; sin embargo, disfrutaba resolviendo problemas cuyas soluciones eran exactas y comprobando que éstas eran correctas. El hecho de que los problemas tengan soluciones exactas, unido a que se pueda comprobar que dichas soluciones son correctas, me genera una tranquilidad mental equivalente a 20 clases de yoga.

El problema surge cuando aplicamos al mundo real los razonamientos lógicos, las soluciones exactas y la comprobación de la corrección de las soluciones. En mi opinión, las matemáticas son una ciencia perfecta para un mundo imperfecto.

Asimismo, buscando el origen de mi vocación, recordé que mi madre cuenta que, siendo yo pequeña, iba diciendo los números de las casas por las que pasaba. Yo decía: “el 1 con el 5” y ella respondía: “el 15”. Yo también decía los números de las matrículas de los coches, ella me preguntaba por las letras y yo le respondía que no las veía. Puede que la vocación venga de fábrica en algún nucleótido del ADN.

Respecto a mi experiencia profesional, al terminar la licenciatura de matemáticas, quería seguir en la universidad, estudiando o trabajando. Barajé la opción de estudiar otra carrera (física o informática) o la de ampliar mis estudios de matemáticas. Decidí compaginar mis estudios de doctorado en matemáticas con el trabajo de profesora universitaria.

Como docente, me gratifica (entonces y ahora) cuando los estudiantes entienden los razonamientos lógicos y consiguen resolver los problemas que les planteo. Es como una chispa que se enciende e ilumina su rostro y todo su ser, lo que ocasiona en mí una sensación de plenitud. Precisamente, esa chispa era la que se encendía en mí cuando investigaba para preparar el doctorado. Por tanto, creo que soy afortunada, porque mi profesión me ha confirmado y me recuerda (a diario) que no me he equivocado en la elección.

Finalmente, he de reconocer que, a mí me apasionan las matemáticas per sé y no necesito aplicarlas para disfrutar de su belleza; sin embargo, cuando explico un concepto matemático, mis estudiantes de ingeniería me preguntan su utilidad. En ese sentido, hay universidades (como Loyola) que han innovado ofertando un grado de Matemática Aplicada; lo que está en sintonía con uno de los principios de las universidades jesuitas (Loyola es una Universidad de la Compañía de Jesús): “formar a los mejores para el mundo”. Así, como todos los grados de Loyola, el grado de Matemática Aplicada tiene como propósito formar a los mejores para el mundo, dirigiendo la formación al servicio de los demás.