«El liberalismo es una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política», (G. Marañón)

En Marañón convergían capacidad de trabajo excepcional y lucidez científica

En marzo de 2020 se cumplían 60 años de la desaparición de un español universal: Gregorio Marañón, médico, investigador, ensayista, historiador, conferenciante, articulista, humanista… pero también liberal comprometido y político «por accidente» en su deseo, junto a otros intelectuales, de proporcionar un modelo de Estado que, en palabras de Florido Muñoz, «sacara a la nación del marasmo en el que se hallaba sumida».

A título personal, la figura del doctor Marañón evoca en quien suscribe tiempos de adolescencia y juventud en forma de cartas autógrafas dirigidas a mi padre, a quien dispensó trato generoso y afable -algún libro con dedicatoria- o la repercusión internacional de su fallecimiento, pues no en vano había sido miembro activo de numerosas instituciones académicas españolas y extranjeras, así como colaborador habitual de prestigiosas publicaciones científicas europeas e iberoamericanas.

Pero hoy, no es mi propósito extenderme en la diversidad y excelencia de su vasto legado que, de la mano de una prosa impecable, aborda los temas más heterogéneos, pues en Marañón convergían  capacidad de trabajo excepcional (era capaz de esbozar un prólogo entre los postres y el café) y lucidez científica e intelectual, lo que le permitió, entre otras cosas, penetrar en el complejo y misterioso terreno de la endocrinología y de la sexualidad del individuo, un tema incipiente y algo tabú cuyo estudio ayudaría a comprender muchos de los comportamientos y reacciones más recónditos e inconfesables del individuo. Y todo ello, en virtud de una irrefrenable vocación -pasión, diríase mejor- investigadora que habría de comportar profundos avances terapéuticos.

En cuanto al talante liberal de nuestro ilustre personaje, sugiero una mirada retrospectiva a algunas de las reflexiones expuestas en sus Ensayos liberales (Madrid, 1946-47), concretamente, a aquellos que tienen por destinatario al joven y su compromiso con la vida pública. Afirma Marañón que «uno de los deberes que implica ser joven es precisamente el no volver las espaldas a la realidad nacional», sin que ello suponga reemplazar la actividad profesional por una actividad militante y absorbente, pero sí contribuir, a través de su interés, de su apasionamiento, incluso, a «formar el ambiente que los hombres políticos han menester para que su actuación no sea una mera agitación de polichinelas ante un teatro vacío; el joven no debe limitarse a opinar, sino que debe adoptar una actitud rebelde, «henchida de sentido universal y humano».

Partiendo del principio de que la estructura social no está inspirada en la justicia y no satisface por igual a la conveniencia de todos, sino con preferencia a la de unos en detrimento de los demás, estamos ante una estructura necesitada de constante renovación, lo que lleva a la conclusión de que «la fuerza legítima propulsora de ese cambio tiene que ser la juventud». Porque sucede que, con el paso del tiempo, el espíritu «se endurece para las injusticias» y se termina por aceptar lo que antes era incomprensible y por transigir ante muchas cosas impuestas por la costumbre, una actitud a la que los años inducen «con suavidad engañosa», pero que, en la edad juvenil es «ilegítima desde un punto de vista cultural”.

Marañón cree, por supuesto, en la necesidad de las mentes conservadoras; pero «a condición de que exista un contrapeso de mentes inquietas y avanzadas». Y, para explicarlo,  acude  a la metáfora: «Si el navío avanza hacia adelante y no deriva hacia los escollos de la izquierda o de la derecha, es porque se contrarrestra el empuje contrario de las dos bandas». Espíritu progresivo y espíritu conservador: ambos son necesarios para que el mundo avance, ya que las sociedades, como agrupaciones que son de seres vivos, «necesitan el mismo juego (proceso constructivo-destructivo) de fuerzas contrapuestas para no morir y petrificarse». En consecuencia, el eterno conflicto juventud-vejez es una «guerra fecunda», un contraste necesario que no debe impedir que «el anciano alumbre con el fanal de la experiencia la marcha atropellada del adolescente».

Sin embargo, nada de esto será posible al socaire del fin de la educación en su modelo actual que pretende implantar en  España una ministra malvada que, como bien dice el catedrático Jorge Sainz (ABC, 07-11-2020), se trata de un despropósito1, aderezado de una prepotencia y una falta de respeto por las instituciones inusitada en el trámite parlamentario de nuestra historia democrática en la que la comunidad educativa, «enfrentada a una crisis en las aulas sin parangón desde la guerra civil», no es consciente de lo que se avecina con la existencia  e imposición de diecisiete virreinatos educativos… Pero esto será tema de un próximo comentario.

1.- Desaparición de la enseñanza concertada; eliminación del castellano como lengua vehicular en la enseñanza.

MFR