Entrevista a Luis Rojas Marcos. El psiquiatra sevillano nos recibe en su estudio, rodeado de recuerdos en forma de fotos, libros y distinciones de toda una carrera desarrollada muy lejos de su cuna. Decidió emigrar movido por el autoritarismo, no sólo político, de finales de los 60 en España y Sevilla, que le impedía cumplir sus sueños y emular a su cántabro abuelo al servicio de una medicina social y solidaria. Exilio intelectual, fuga de cerebros o sueño americano, el caso es que es uno de los psiquiatras más prestigiosos de nuestro país y reconocido pródigamente en todo el mundo, desde cuya capital trabaja

Luis Rojas Marcos
Luis Rojas Marcos, psiquiatra

Agenda de la Empresa: ¿Por qué los españoles escondemos nuestras visitas al psiquiatra y en Nueva York tener un psiquiatra de cabecera es motivo de orgullo?

Luis Rojas Marcos: Es verdad, esto es una diferencia importante entre España y Estados Unidos. Sobre todo en Nueva York, donde llevo viviendo cuarenta y dos años, porque quizás haya partes de Estados Unidos que sean más parecidas a España. Sí es verdad que en España permanece el miedo a la locura, porque se considera como un fallo, como una debilidad personal y por eso el ir al psiquiatra o al psicólogo está cargado de prejuicios: “que no piensen que estoy loco”. Aquí, en Nueva York, se presume incluso de ir al psiquiatra o al psicólogo porque implica, no solamente una cierta madurez: “Voy porque necesito ayuda o porque quiero entender algún problema”, si no que, además, hay gente que presume incluso por el factor económico, porque implica que tienes los recursos suficientes para pagarlo. Aquí, socialmente, se considera como ir a un consultor, a un experto.

A.E.: ¿Se puede decir, entonces, que los locos -si me permite la palabra- son mejor vistos en Nueva York?

L.R.M.: Aquí en Nueva York los locos están menos peor vistos que allí, o sea, no está bien visto el loco, loco, pero hay más tolerancia para la persona que tiene una enfermedad mental y si esa enfermedad se refleja en estrés o ansiedad, efectivamente, aquí hay menos prejuicios.

A.E.: ¿Cuál es la principal enfermedad mental del neoyorquino?

L.R.M.: Si hablamos de una enfermedad como tal, yo diría que la depresión, si es como problema mental o emocional, el estrés.

A.E.: Se entiende que sea así, ¿verdad?, con el tipo de vida que se lleva aquí.

L.R.M.: Sí, porque hay mucha competitividad, hay que estar siempre alerta. Con tantísima diversidad, en una ciudad que te obliga a seleccionar y a adaptarte constantemente a personas que hablan y piensan de otra forma. Y además, en el mundo laboral, e incluso familiar, la competitividad, la autonomía, y eso de la individualidad, exige mucho esfuerzo y consume mucha energía.

A.E.: Trabajar con las mentes de gente de tantas culturas distintas será complicado o, ¿tenemos los mismos problemas con independencia de donde nazcamos?

L.R.M.: Los valores culturales son muy importantes porque nos ayudan a darle significado a los síntomas o las enfermedades que sufrimos. Hay culturas aquí en Nueva York que cuando se muere un ser querido, que se te aparezca una vez muerto, no se considera un síntoma de psicosis, sino que forma parte de la cultura de esa persona. Mientras que en otras, si se te aparece un muerto, se considera una alucinación, por ejemplo.

A.E.: Permítame mi osadía, pero, ¿no cree que muchas veces un problema mental se arregla mejor, más rápido y con menos desgaste, con la ayuda de un buen amigo, que de un desconocido o un tratamiento farmacológico?

L.R.M.: No cabe duda de que la solidaridad y el poder compartir con otras personas de su confianza, en las que tú crees y a las que tienes afecto, ayuda muchísimo y, sobre todo, ayuda en los problemas que no son graves. Por ejemplo, si estás triste por la pérdida de un ser querido o un fracaso profesional, no cabe duda de que ayuda mejor, más barato y probablemente con menos efectos secundarios, si uno habla de esto con amigos en un contexto de solidaridad y de afecto. Ahora bien, si lo que uno sufre en una enfermedad sería, pues claro, el amigo no es el experto y no está preparado.

A.E.: ¿Cree, entonces, que muchas veces, y sobre todo en el caso de Nueva York, se puede abusar de las visitas al psiquiatra debido a la soledad?

L.R.M.: La de aquí es una familia reducida, una familia migratoria, en la que cada hijo vive en una ciudad diferente, en un estado distinto, y sí es verdad que van a hablar con el psicólogo porque no tienen a nadie o no se atreven y consideran que este síntoma que tienen, de alguna forma, está mal visto o refleja debilidad.

A.E.: Pero, ¿qué es lo normal?, ¿dónde está la barrera de la cordura?

L.R.M.: Esa duda no sólo se plantea en el mundo de la mente, sino que también ocurre en el mundo físico. Por ejemplo, en qué punto se considera que una persona es diabética o en qué momento el médico dice que tienes un problema de hipertensión. Esto es relativo y hay que tener muy en cuenta dónde se enmarca la patología mental o física. Hay un extremo claro, si tienes una tendencia a la ansiedad y lo llevas a tu vida diaria, si tu ansiedad interfiere en tus relaciones con los demás y ocurre continuadamente, ya se puede hablar de problema o enfermedad. La persona tiene que sufrir de cambios en su estado de ánimo un mínimo de dos semanas consecutivas para que se considere patología.

A.E.: ¿No cree que muchas veces calificamos de anormales pequeñas anomalías mentales que no van más allá de peculiaridades de la personalidad, no siempre negativas?

L.R.M.: Sin duda, como dices, esas peculiaridades influyen mucho en el éxito. Pienso, por ejemplo, en el caso de Woody Allen, cuya aparente inestabilidad emocional le otorga una personalidad muy fuerte que ha marcado su estilo y que sin duda ha influido en su éxito. Muchas personas viven perfectamente con sus pequeños problemas que ya pasan a formar parte de su personalidad y que las hacen incluso más atractivas en sus relaciones personales.

A.E.: ¿Dónde guarda todas las historias de sus pacientes?, ¿cómo se asimila eso?

L.R.M.: Desde pequeños, todos desarrollamos el sentido de la compasión, de la empatía, nos ponemos en el lugar de la persona y vamos asimilando los conflictos. Pero el cuidador tiene que cuidarse para que todo esto no interfiera en su juicio, ni en su objetividad, ni en su salud mental.

A.E.: Como responsable de los hospitales públicos de Nueva York, vivió muy de cerca los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2011. ¿Hasta qué punto cree que cambió la ciudad tras el 11-S?, ¿permanece el miedo tras una década o ha tornado en alerta permanente?

L.R.M.: No creo que ese miedo que vivimos todos durante unos meses haya desaparecido. Los que vivieron el 11-S de forma más cercana porque perdieron a un ser querido o ellos mismos estuvieron en peligro de perder la vida, no cabe duda de que dura más su pena o el estrés que sufrieron. Los neoyorquinos no hemos olvidado el 11-S pero lo hemos superado y no interfiere en nuestro día a día, ni a nuestra capacidad para disfrutar de la vida. Lo que quizás sí quede es que nos sentimos un poco más vulnerables, que estamos más abiertos a la posibilidad de que podamos ser víctimas de otro ataque. Antes del 11-S, este país, y concretamente esta ciudad, se sentía bastante invulnerable, nadie pensaba ni en sus peores sueños que algo como el 11-S pudiera ocurrir, hoy en día, creo que lo hemos superado pero todavía se acepta la posibilidad de que vuelva a ocurrir.

A.E.: Quiso emular a su abuelo, un médico de pueblo enla Cantabriadel siglo XIX. Ha desarrollado su carrera en Nueva York como psiquiatra y gestor sanitario, a pesar de la brecha generacional, ¿se ha visto reflejado en su antepasado?, ¿pone en práctica algo de lo que aprendió de él?

L.R.M.: A mi abuelo materno no lo conocí, sólo a través de mi madre, que desde que era muy pequeño me contaba historias de mi abuelo, aunque imagino que alguna estaría un poco adornada, recuerdo que me gustaban mucho y me impresionaban y yo siempre le pedía a mi madre que me las contara. Por lo que me contaba mi madre, mi abuelo era una persona que disfrutaba mucho de ayudar a los demás, por ejemplo, dejaba una peseta debajo de la almohada de algunos de sus pacientes del pueblo que no tenían dinero. Por eso yo veo la medicina también como una actividad social que tiene ese factor de solidaridad. Creo que lo que me ha quedado de esas historias es la idea de disfrutar cuando puedo aliviar un dolor, sea físico o mental, hacerlo además desde el punto de vista humano, no sólo médico.

 José Antonio Roldán Caro