Actualmente, estamos escuchando hasta la saciedad que padecemos una crisis sin parangón en la economía internacional. Si acaso, similar a la vivida allá por los años treinta. Pero que pasó entonces y qué está pasando ahora. Pues la verdad que las causas y las consecuencias fueron muy similares.

El "crack del 29" fue provocado por un exceso de confianza en unos valores bursátiles que no paraban de crecer debido a una gran demanda de inversores que querían aprovechar el pelotazo de una burbuja que aunque algunos agoreros decían que podía estallar, no dejaba de dar beneficios a corto plazo. Además, si los inversores no disponían de dinero no había problema, ya que el sistema financiero prestaba para la compra de acciones prácticamente sin pedir garantías a cambio y sin tener ningún control por parte de los Gobiernos liberales de corte republicano de los Estados Unidos. Lo que pasó es de sobra conocido, la economía real pinchó el globo y la burbuja estalló, los inversores empezaron a perder dinero, el sistema financiero empezó a no cobrar sus préstamos y a cortar el grifo radicalmente. Las empresas no soportaron por una parte la pérdida de la demanda; y por otra, la falta de financiación. Éstas comenzaron a despedir y el paro contrajo todavía más la demanda. A grandes rasgos, creo que a todos nos suena esa historia, pues con otros matices, se volvió a repetir, pero ochenta años después. Y qué solución se les dio entonces. Pues creo que también nos puede resultar contemporáneo. Los gobiernos empezaron a intervenir, el gasto publico tiró de la economía y de repente surgieron los déficit públicos. Pero cuál es la diferencia con la que nos encontramos ahora. Pues varias. Ya que por una parte, entonces tanto el sector público como los derechos sociales reconocidos eran mínimos. Hoy afortunadamente existen una serie de derechos reconocidos y la Administración tiene más peso en la economía y menos margen de crecimiento.

Y por otra, sobre todo en Andalucía, hemos vivido de los beneficios de la burbuja inmobiliaria, que no nos hizo prestar suficiente atención en la época de bonanza de la competitividad del resto de la economía real. Pues sí, tropezamos de nuevo con la misma piedra. Pero ante ésta situación podemos optar por dos vías: una echar la culpa al gobierno republicano de Bush y esperar la salvación por parte del Gobierno Obama. Y otra, que no excluye la primera, empezar a actuar desde nuestra responsabilidad ya que la situación de competitividad de la que parte Andalucía nos obliga a intervenir de manera especial. Bastante prepotencia sería la mía, aconsejar desde ésta columna las soluciones a éste problema. Pero en mi humilde opinión pienso que debemos actuar desde los siguientes preceptos.

1. Realizando un diagnóstico certero y aún reconociendo los problemas de la economía internacional, reconocer las debilidades propias y autóctonas de las que partimos.

2. La competitividad debe ser el eje de la política económica. Y empezando por la propia Administración Pública que es la primera que debe de dar ejemplo. Hay que recortar gastos, pero no las partidas de inversión productiva, ni las de trasferencias de rentas a las personas más desfavorecidas. Entonces, dónde se recorta. Pues bien, la Administración tiene margen para racionalizar gastos, gestión y trasformar al máximo las transferencias pasivas en políticas activas de empleo.

3. La diversificación productiva. Está claro que el futuro debe de ser las empresas relacionadas con el conocimiento, las energías y los servicios a las personas. Todo ello, sin dejar de atender a los sectores estratégicos autóctonos como el primario competitivo y el turismo.

4. Solucionar de una vez el problema de financiación de las Administraciones Locales. Más que un "Plan 8000" destinadas a inversiones planificadas sobre la marcha, hay que centrarse en que pasa con esas necesidades cubiertas estructuralmente por las Administraciones Locales como son el caso de las políticas de desarrollo local.

Andalucía necesita crecer, y crecer más que otros más competitivos para crear más empleo. Y para lograr esa senda nos queda un tiempo de sacrificio y crear esa ilusión suficientemente necesaria para no volver a acomplejarnos de nuevo con respecto a otros territorios. Tenemos que empujar todos y todas pero la Administración debe de predicar con el ejemplo y liderar esas ilusiones.