Actualmente existen nuevos escenarios que han cambiado los esquemas en los cuales se basaban las sociedades tradicionales. La incorporación de la mujer cada vez más al mercado de trabajo y a la toma de decisiones estratégicas, los nuevos hábitos de vida, las nuevas formas de convivencia, los nuevos valores la interculturalidad están cambiando y modificando tanto los roles sociales como los deseos de las personas.

De esta manera se hacen necesarios nuevos mecanismos e instrumentos que se adapten a una sociedad cada vez más cambiante. Pues tanto los planes de desarrollo como las nuevas estrategias pierden su actualidad antes de llevarse a cabo.

La planificación estratégica debe de nutrirse de todos estos cambios a partir de sus protagonistas que son esos nuevos y viejos grupos sociales resultado de este darwinismo que mueve los nuevos entramados sociales.

Por todo ello, la participación en la planificación se considera como un pilar fundamental dentro de los procesos de desarrollo. La misma tiene un carado matiz de derecho social, dentro de lo que se ha venido a llamar los nuevos derechos sociales y civiles. Ya el año 1990, la ONU en su primer informe sobre el Desarrollo Humano, definía a la pobreza, además de la carencia de recursos necesarios para llevar una vida sana, como la imposibilidad de la gente de poder participar y decidir sobre su futuro. Posteriormente los organismos internacionales llevaron a cabo en mayor o menor medida esos nuevos conceptos de derechos sociales, materializado principalmente por la Unión Europea dentro de la Agenda 2000, a la hora de planificar sus acciones estructurales de desarrollo. Y el resto de organismos internaciones con la OCDE, el BM, el FMI, la OCM, el G8, y la propia CE cuando ha realizado las diferentes reformas de la PAC, han sido llamados constantemente la atención sobre la necesidad de su participación en la planificación a través cumbres alternativas de entidades sociales montadas al efecto. Estas reivindicaciones sobre la participación se han ido incrementando a raíz de los procesos de globalización, pues ésta plantea una homogenización mundial de los hábitos y formas de vida, muy influenciado por el homocentrismo del neoliberalismo extremo, donde el eje, sobre el que gira la sociedad es el varón de cultura europea, cristiano, blanco y entre 25 y 40 años, cuyo objetivo debe ser su avance individual y este repercutirá en el bienestar del resto de la sociedad. Ante este proceso, los viejos y nuevos grupos sociales reivindica su diferencia y la necesidad de hacerla explicita institucionalmente.

Desde otro punto de vista, la participación también se ha convertido en un eje fundamental de eficacia y sobre todo de eficiencia tanto económica, como social dentro de la planificación. Todos los programas sociales y económicos planteados por tecnócratas lejos de la realidad y la opinión de las sociedades beneficiarias han tenido muchos mas problemas de asimilación, ejecución y resultados que en los que se ha contado con la participación de los diferentes grupos sociales. Y esto sobre todo a medida que se baja en el ámbito territorial y sectorial más concreto.

En definitiva, por reconocimientos de derechos, por justicia social, por reivindicación de la diferencia, y por eficiencia y eficacia la participación es una condición sinequarum de toda planificación. Pues las personas cada vez más quieren decidir sobre el futuro de sus comunidades de vecinos, sus ciudades, su territorios y el poder político tiene la obligación de darles esa posibilidad a partir de la adaptación de los mecanismos institucionales establecidos.
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