El origen de la crisis económica y financiera actual hay que buscarlo en la liberalización financiera que se inicia en las principales economías en los años 70 y que se extiende a los demás países a lo largo de los siguientes decenios y generó unos vacíos de control y regulación que abrieron la puerta a operaciones y productos financieros que alimentaron la liquidez internacional pero también el riesgo sistemático hasta el punto del estallido financiero, en agosto de 2007.

La crisis internacional ha puesto de manifiesto las carencias y limitaciones institucionales del orden económico internacional, especialmente en el ámbito financiero. Los cambios derivados del rápido ritmo de globalización e innovación financieras han dejado obsoletas a las actuales estructuras de coordinación y las competencias de las instituciones. Ésta ha demostrado la necesidad de diseñar una nueva gobernanza mundial para poder prevenir y dar respuesta a las diferentes crisis.

Tras la emergencia de la crisis económica y financiera, el G-8 (exclusivo foro de países más industrializados) formado por Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Japón y EE.UU., a los que se sumó Canadá en 1976 y Rusia en 1997, se ha visto desbordado por los acontecimientos (tsunami financiero), viéndose obligado a ampliar, el selecto club, invitando al G-5 (formado por las economías emergentes: Brasil, India, México, China y Sudáfrica), así como a otros países importantes de diversos continentes como España, Holanda, Australia, Arabia Saudí, Corea del Sur o Turquía para formar el G-20, foro que intenta construir las bases de una nueva gobernanza del sistema económico y financiero. Pero más allá de la discusión sobre el formato del G-20 y de quién  lo compone, hay una reflexión que se impone. Lo importante no es quién está sentado en la reunión, sino para qué sirve y qué acuerdos toman.

Tras la reunión del G-20 en Washington el 15 de noviembre de 2008 (Administración Bush) y la posterior del 2 de abril de 2009 (Administración Obama) se tenía la impresión de asistir al fin de una época, el del paradigma económico neo-liberal y del unilateralismo económico y político. Hoy unos meses después y, con los primeros signos de recuperación económica, no se sabe exactamente qué tipo de época estamos iniciando y hacia adonde nos dirigimos. Muchos creyeron que ante las devastadoras consecuencias de la crisis, asistiríamos a la creación de un nuevo orden financiero y económico internacional más regulado y más justo, que vería emerger una nueva teoría económica que sustituyera a las utopías regresivas del fundamentalismo de mercado. Pero a medida que se van superando la parte más dura de la crisis financiera y de sus efectos sobre la economía real parece observarse una pérdida del potencial reformista reclamados por todos tan sólo hace unos meses. 

La cumbre de Londres, celebrada el 2 de abril de 2009, señalaba que el objetivo es restaurar el crecimiento global y el modelo de conseguirlo es a través de una economía mundial abierta, basada en los principios de mercado, en una regulación efectiva y en instituciones globales fuertes. Así pues el resto que se plantea es preservar la esencia del capitalismo, intentando restaurar la confianza de la opinión pública en el modelo, y siguiendo con la persecución del crecimiento como motor de la economía. Para hacerlo es necesario poner un poco de orden en un sistema que se ha descontrolado, pero en ningún caso se pretende abandonar los viejos dogmas neoliberales.

Para afrontar este reto el G-20 se ha dotado de una serie de estructuras nuevas. Las más relevantes son las cumbres de jefes de Estados y de Gobierno, que se están institucionalizando con carácter semestral. Después de la cumbre de Washington y Londres ha habido una tercera que se celebrará los días 24 y 25 septiembre en Pittsburg (EE.UU.). El G-20 está estableciendo las bases de un nuevo marco institucional, que supone la redefinición de las competencias de las instituciones financieras internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) existentes y la creación de otras nuevas La cumbre del G-20 en Pittsburg tendrá que haber redefinido claramente las reformas a implementar para dar respuesta a la crisis e impulsar la recuperación económico mundial.