Atrás quedaron las merecidas vacaciones y, con ellas, el escaso ahorro acumulado durante el año. De hecho, el aumento de los tipos de interés y el excesivo endeudamiento de las familias andaluzas han condicionado el tradicional veraneo de muchos hasta el punto de tener que renunciar a ello. La cosa no es para menos si pensamos en que la factura mensual de una hipoteca media era de 775 euros hace un año y, ahora, con el Euribor en torno al 4,5%, se ha convertido en 900 euros; además, se dedica un 42% de la renta familiar al pago de la vivienda cuando lo recomendable es no sobrepasar del 33%.

Con este escenario, el mes de septiembre se torna en una auténtica pesadilla para muchas familias que, no sólo intentan adaptarse a la rutina del trabajo, superando así el síndrome postvacacional, sino que, sufren verdaderas tensiones de liquidez a la hora de hacer frente a cualquier gasto extra. En concreto, me refiero a la "vuelta al cole" de los hijos, a las reformas pendientes del hogar, la revisión del coche y, en el peor de los casos, a las inoportunas invitaciones a enlaces nupciales, tan prolíficos en estas fechas. Pues eso, llegar a octubre con algo de aliento se convierte en toda una hazaña, si bien gran parte  de este esfuerzo podría evitarse haciendo lo que los ingleses denominan "financial planning". Este anglicismo que, traducido al castellano sería algo así como planificación financiera, está convirtiéndose en uno de los vocablos de moda en el mundo de las finanzas. Dicho término hace referencia a un proce-   so por el cual proyectamos nuestra economía personal hacia el futuro a través del diseño e implantación de una determinada estrategia. En otras palabras, se trata de definir una serie de objetivos, ordenados cronológicamente en el tiempo, y establecer los recursos financieros necesarios para su consecución. La expresión cuantitativa de este plan de acción se denomi- na presupuesto y puede instrumen-tarse, fácilmente, sobre una simple hoja de cálculo, donde, mes a mes, vayamos estimando los ingresos y  gastos familiares previstos. Con frecuencia, distinguimos entre planificación financiera a corto plazo, aquélla que se realiza a un año vista, y plani-ficación financiera a largo que abarca períodos más amplios, entre tres y cinco años. Y es que, en los tiempos que corren, la improvisación y el "vivir al día", tradicionalmente arraigados en la cultura andaluza, suelen acarrear graves problemas de liquidez no sólo coyunturales sino también estructurales, lo cual es aún más preocupante si pensamos en el momento de nuestra jubilación.

A pesar de ello, son muchos los detractores que argumentan que planificar es innecesario, supone una pérdida de tiempo y está reservado a economistas; sinceramente, discrepo de tales opiniones. Todo lo contrario,  el ejercicio de la planificación nos ayuda a:

–          Analizar nuestras verdaderas necesidades estableciendo un orden jerárquico.

–          Asignar, de forma eficiente, los recursos disponibles en el tiempo.

–          Facilitar la toma de decisiones.

–          Controlar, periódicamente, el cumplimiento de los objetivos trazados.

De todas formas, no hay nada más pedagógico como recurrir a la famosa parábola de la cigarra y la hormiga para poner de relieve la necesidad de planificar nuestras inversiones y gestionar convenientemente el ahorro, si bien es verdad, que el escenario económico nos lo pone harto difícil.