La primera carrera espacial se desarrolló en paralelo a la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En aquellos años, controlar el espacio era visto como una pieza clave en la búsqueda de la superioridad militar y los gobiernos de ambas naciones invirtieron ingentes recursos en la conquista del espacio. El alivio de las tensiones militares entre ambas potencias también llevó parejo una reducción del interés por conquistar nuevas fronteras más allá de nuestro planeta.

Alejandro López Ortega
Alejandro López Ortega

A partir de los años 80 y 90, se produjo un cambio de paradigma en el que la exploración espacial se ligó al avance de la ciencia y se potenció la colaboración entre diferentes países en las misiones espaciales. Este cambio fue, en buena parte, motivado por la necesidad de buscar aliados para sustentar los altos costes de la exploración espacial en un momento en el que esta última había pasado a un segundo plano en los presupuestos de Estados Unidos. Esto coincide con la emergencia de la Agencia Espacial Europea. En la actualidad, la mayoría de misiones tienen componentes, instrumentos científicos y objetivos que surgen de la estrecha colaboración entre las diferentes agencias espaciales.

Ahora, un segundo cambio de paradigma se abre ante nosotros. Hasta la fecha, la práctica totalidad del dinero dedicado a la exploración espacial ha sido gubernamental. Sin embargo, un puñado de empresas privadas tienen ambiciosos planes de ruta relacionados con el espacio. Los objetivos de estas empresas van desde el turismo espacial al transporte de materiales a órbita. Por ejemplo, Virgin Galactic está vendiendo pasajes para su SpaceShip II y NASA abrió en 2006 un concurso para comercializar progresivamente lanzamientos orbitales. El mayor logro hasta la fecha de este programa ha sido el exitoso lanzamiento y posterior acoplamiento a la Estación Espacial Internacional de la cápsula Dragon, diseñada y fabricada por la compañía privada Space X. Debido a los grandes costos de las misiones espaciales, estas empresas nacen de las grandes fortunas de millonarios como Richard Branson (Virgin Galactic) o Elon Musk (Space X) y hasta la fecha cuentan con grandes subsidios por parte del gobierno de Estados Unidos.

Los beneficios de la comercialización del espacio son claros: disminuir los costes de la burocracia gubernamental y reducir el tiempo que va desde el diseño de la misión hasta su puesta en órbita. Sin embargo, esta práctica abre algunos interrogantes. En primer lugar, el saber hacer en temas de misiones espaciales reside mayoritariamente en las agencias espaciales. El diseño de estas misiones requiere de una alta especialización que, en muchas ocasiones, se basa en lecciones aprendidas de misiones anteriores. Las empresas privadas que quieran competir en este sector necesitan hacerse con ese conocimiento antes de poder desarrollar sus productos. En segundo lugar, en el hipotético caso del fallo de una misión, siempre es más fácil que un gobierno asuma responsabilidades a que lo haga una empresa privada. Este punto es especialmente relevante ya que el fracaso de misiones espaciales suele tener un gran impacto mediático. Finalmente, la necesidad de una gran inversión inicial hace este sector únicamente accesible a las grandes fortunas del planeta. El espacio corre el riesgo de convertirse así en la “nueva moda” de los ricos de Estados Unidos.

El éxito o no de la iniciativa privada en el espacio se verá en los próximos cinco o diez años. En principio, ofrece beneficios que son innegables y que ayudarían a reducir las necesidades económicas de las agencias espaciales, pudiendo reconducirse el ahorro que supondría el éxito de compañías privadas a fomentar misiones de exploración más allá de la órbita terrestre. Los costes de las misiones interplanetarias parecen por ahora fuera del alcance del capital privado y, en mi opinión, esto es beneficioso, pues los objetivos de las misiones en el espacio lejano deben seguir siendo puramente científicos.

Alejandro López Ortega

Doctor en Ingeniería Aeroespacial