Dicen que los silencios son buenos, que lo que funciona de verdad en comunicación es lo que no se dice. Los gestos son el 55% del mensaje según el doctor Mehrabian y toda la escuela de Palo Alto (California), porque el cuerpo habla y abre un abanico de emociones y que los hechos sólo informan. Eso deberían saberlo la mayoría de nuestros estudiantes que suspendieron el PISA, pero lo desconocen porque no saben que el silencio es imprescindible para concentrarse y escuchar al otro.

Creo que en nuestro caso, lo que sucede en las escuelas tiene que ver mucho con lo que refleja nuestra sociedad y me refiero naturalmente al entorno de la familia y a la empresa. Parece que cada uno vaya por su cuenta sin que nadie escuche al otro. Es muy fácil decir que yo soy tan bueno como tú, pero cuesta aceptar que tú puedas ser tan bueno como yo. Es la característica de muchos directivos de los que hablan pero no les interesa lo que dice otro, sueltan el discurso y se van, lo mismo que ocurre en estos fatales programas televisivos.

Nos cuesta cada día más sobrevivir a interminables discursos cargados de demagogia, vengan de donde vengan, donde se olvida el respeto por el otro, condenándole, especialmente en entornos empresariales, a escuchar demasiado a menudo arengas en las que ni siquiera creen pero abusando del principio de autoridad con el paternalismo del jefe y mentor, cuando sabemos que la auténtica convicción está más cerca del propio convencimiento que de la acción de tratar de convencer a los demás, y es que nos hemos olvidado del valor del silencio.

Y claro está. Sin silencio no podemos interpretar la lectura, ni la música, ni un paisaje, ni la ternura, ni por supuesto captar la experiencia de las cosas bellas. Si nos medimos con las palabras, evitamos la emoción de cómo son pronunciadas e interrumpimos el proceso de comunicación y sin ella, estamos solos porque ser dueño de tus silencios es la mejor forma de estar con uno mismo.

Hay un proverbio chino que dice algo así "desconfía del hombre que no mueve el vientre cuando ríe", la coherencia y la armonía coinciden con sentir lo que se hace y lo que se dice.

Silencio es dar valor a la presencia del otro, por eso cuando más se habla menos posibilidad de ser escuchado y entendido. No es por azar que una parte de nuestro fracaso educativo tenga que ver con el comportamiento en las aulas, en contraste de las finlandesas o coreanas, mientras allí a los profesores se les trata como si fueran "padres" aquí son censurados, ignorados e incluso maltratados por los propios progenitores.

No debería afirmarse, como ha hecho por ahí impunemente algún político, que nuestro actual sistema educativo es capaz de adaptarse y responder a los retos de la sociedad escudándose en el lenguaje de los jóvenes. Léase el móvil, SMS, Messenger y lo que quieran. Esto es una ofensa incluso a estos niños y jóvenes a los que no se puede culpabilizar porque no pueden siquiera decidir, ya que es a lo adultos a los que correspondería mantener la cultura y la capacidad de leer y escuchar para que a través de un análisis inteligente puedan confeccionar un criterio y entender el mundo.

Recuerdo una frase sentida en mi juventud, en algún viaje por Andalucía, hallándome en un corral de flamenco del Sacromonte. Habían dos parejas de turistas probablemente americanos, que trataban de seguir con palmas el ritmo del palo que estaban tocando con el correspondiente desacople, entonces un hombre mayor, probablemente amigo o comparsa del grupo, los miró sonriente y les dijo tan flojito que olía a silencio, señalando la boca y sus orejas ¡calle y escuche!, después asintió con complacencia picando el ojito.

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