Existe una auténtica convulsión dentro del mundo empresarial por atrapar el conocimiento de las empresas o, mejor dicho, de las personas como únicas poseedoras del mismo. Esta obsesión viene justificada porque finalmente las corporaciones con independencia de su dimensión han descubierto, antes también lo sabían pero no se habían enterado, que debían ser competitivos para estar en el mercado, que la competitividad no es una cuestión de precios sino de valores y que para vender más es necesario dar más valor añadido pero a menor coste, o sea, gastando menos y aprovechando todos los medios que se poseen, especialmente los ocultos, como el talento de las personas.

Por otra parte cuando las grandes compañías dejan de pensar en la innovación tecnológica, necesaria pero no suficiente en los activos dinerarios también muy necesarios pero relativamente fáciles de adquirir, bebiendo de las muchas fuentes de financiación, actualmente muy asequibles, cuando además la multidistribución ya no es suficiente porque compramos el pan en la gasolinera y la reinventada publicidad ayuda pero no decide la compra.

Entonces, los managers y dirigentes, azuzados por los gurús que poseen la ventaja de dar consejos sin jugarse su propio dinero, empiezan a pensar en el potencial incalculable que representan el bien denominado capital humano de su propia plantilla y es que José, Yolanda, Marcos, Vicente o María, además de simpáticos y competentes colaboradores, responsables de área y de función laboral, son también un pozo de sabiduría individual, susceptible de ser explotado, se redescubre el conocimiento que se posee en la propia organización y en el que nadie piensa precisamente porque está demasiado cerca.

El paradigma consiste en descubrir la forma para que éste aparezca, circule, sea compartido por los demás y se desarrolle en beneficio para la empresa.

Sin duda la idea no es nueva, nuestros clásicos desde sus ágoras se bañaban en conocimientos compartidos, bajo fórmulas de interrogación permanente y etiquetados como filosofía. Las tertulias no representaban otra cosa que compartir unos de otros, como los artesanos con sus aprendices, pero la comunicación sintética, ya sea bajo formas de ondas de radio, televisión u otro medio emisor, impiden por su ausencia de interactividad el contraste con el receptor, y por tanto la idea se pierde, la influencia se escapa, no hay réplica ni feed-back, y no se alimenta el conocimiento.

La fórmula podría ser simple, atrapemos el conocimiento de la forma más simple recuperando la comunicación y el diálogo, generando proactividad, implicando unos y otros, reinventando el viejo foro en las empresas, ya sea a través del trabajo en equipo, los grupos de calidad, ‘workshops’ o la simple comunicación interna, pero esto sí, con un guión y una finalidad, porque nada funciona sin orden, que existe un conductor o responsable del grupo, unos objetivos, una metodología, respetando turnos de opinión, que haya una evaluación, se comuniquen los resultados y no se olvide el seguimiento.

Naturalmente el conocimiento está dentro de cada persona y además es inagotable, Bill Gates decía en Madrid que las máquinas no aprenden, simplemente actúan según se les programa, las personas sólo aprendemos desde los puestos de trabajo, incluso, estamos dispuestos a compartir el conocimiento, sólo necesitamos que alguien en quien confiamos nos convenza para que lo busquemos.
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