Los detractores de la urgente necesidad de una reforma educativa que saque a nuestro país de la penosa situación en la que se encuentra, como consecuencia de una política conscientemente perversa, que menosprecia el esfuerzo y ensalza la mediocridad, han encontrado en el ministro Wert un filón para sus invectivas, proclamas demagógicas, algaradas callejeras y huelgas constantes que, entre otros perjuicios, están suponiendo la pérdida de cientos de horas lectivas, las cuales, por cierto, no se recuperarán. Los profesionales del agit-prop parecen ignorar que, de las seis anteriores leyes de Educación aprobadas en democracia, cinco corresponden al partido socialista, en tanto que la sexta no llegó a entrar en vigor porque Zapatero la derogó media hora después de llegar al poder. Otro tanto sucede en Andalucía que, monopolizada por el mismo régimen en los últimos treinta años, no muestra el menor rubor por el hecho de ocupar el furgón de cola en cualquiera de los informes serios y fiables que circulan por Europa. Asistimos, eso sí, a grandilocuentes declaraciones (en ‘la nuestra’, naturalmente), como la del melifluo e inane consejero de turno quien, sustentado en la retórica oficial al uso, mostraba su satisfacción por haber abandonado los ‘puestos de descenso’. ¡Ya no somos los últimos; los hay peores!

Miguel Fernández de los Ronderos
Miguel Fernández de los Ronderos

Como afirma Fernando Iwasaki (ABC 13/10/2013), “Una cosa es la gestión de la educación y otra muy distinta la gestión política de la educación”. Los datos, publicados en los diversos medios de comunicación, son concluyentes: Según el último informe de la OCDE sobre las competencias básicas de la población adulta realizado en los 23 países más desarrollados, nuestro país -España- ocupa el último lugar en cálculo matemático y el penúltimo en comprensión lectora, a lo que se añade el hecho de que ninguna universidad española se encuentre entre las 200 primeras del mundo o que seamos los penúltimos en conocimientos de inglés.

Esto, sin hablar de las humanidades, las lenguas clásicas o las enseñanzas artísticas, que han sido prácticamente suprimidas de los planes de estudio, “trituradas por los capitostes de la educación autonómica y nacional”, que parecen hacer suya aquella famosa ocurrencia de un jerarca del régimen anterior: “Más gimnasia y menos latín”, a lo que alguien replicó: “Gracias al latín, a los nacidos en Cabra se les llama egabrenses…”

Según el Ministerio de Educación, el español medio tiene dificultades para extraer conclusiones de una lectura, comprender el prospecto de un medicamento o interpretar un manual de instrucciones y, por supuesto, se pierde en un texto de cierta complejidad y riqueza, como “El Quijote”. Además, según este informe, “el avance educativo se estanca para quienes estudiaron tras la entrada en vigor de la Logse”, obsesionada con rebajar los niveles hasta extremos nunca vistos, si bien ello ha proporcionado un  aliado inesperado: la estadística, una de las obsesiones de la propaganda oficial. La calidad del conocimiento no importa tanto como el número de ‘promocionados’, aunque muchos estén próximos al rebuzno. Y si algún profesor disidente osa oponerse a la norma, la autoridad educativa resuelve aprobar al jumento en ciernes, aunque ello conlleve el riesgo cierto de que aquellos con menor nivel entren en un círculo vicioso de exclusión.

En cuanto a la LOMCE, uno de los temas que genera mayor controversia es el establecimiento de evaluaciones o reválidas, tachadas de segregadoras por quienes, beneficiarios de la laxitud del sistema, huyen como del fuego de cualquier prueba de Estado que pueda evaluar una trayectoria de diez o doce años en los que no ha existido control externo alguno.¡Menuda responsabilidad!

Miguel Fernández de los Ronderos

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