Hace años, muchos años… esto parece que va de cuento, pero no es un cuento, es un recuerdo de algo que fue real. Era, en aquel entonces, alumno de la Institución Libre de Enseñanza. En los recreos, jugábamos en un amplio jardín donde, aquí y allá, había árboles y tiestos con flores, agrupados en un recinto protegido. Si la pelota, en medio de nuestros juegos, caía en ese lugar, ahí se quedaba hasta que nos daban permiso de rescatarla, ante la mirada vigilante de un profesor. Había que respetar la vida de las flores y los árboles, de la naturaleza. 

Cuando nos llevaban de excursión al campo, por ejemplo a la sierra del Guadarrama, tan cantada por Machado, todos los papeles o restos de nuestras comidas, era obligado recogerlos y regresar con ellos, porque "no  había que ensuciar el campo". Así y de otras formas nos iban enseñando que era una obligación el respeto de la naturaleza. No era casual que entre nuestros profesores, se encontraran varios de  los que en aquel entonces se llamaran naturalistas, los precursores de los actuales ecologistas. Las semillas sembradas en aquel entonces han dado sus frutos, quizá algo tardíos, pero hoy son millones los ciudadanos que se preocupan por el medio ambiente, que disfrutan de la naturaleza y la respetan.

Nos debemos de felicitar por ello, pero no darnos por satisfechos. Porque nuevos y graves peligros la  amenazan y es nuestro deber imperativo actuar para protegerla. Es ese un deber que debemos cumplir en nuestro día a día.