Le decía a mi amigo Don Contradictorio que la calidad juega un papel importante en las exposiciones, es decir, en el éxito de las mismas. Salgo contento después de haber visitado una exposición, si he podido disfrutar de lo que se expone. Y eso no lo consigo siempre, porque con demasiada frecuencia te encuentras exposiciones que quieren enseñar tantas cosas en un determinado espacio que no se pueden apreciar las bellezas o novedades o cualidades de los productos que se exponen. Y sales de la exposición, como se dice: “con la cabeza caliente y los pies fríos”, sin haberte enterado de verdad de lo que ha desfilado ante tus ojos.No conozco que haya normas ISO que se refieran a las exposiciones, pero sí debe de haber principios básicos que se deben respetar. Por ejemplo, yo diría que es necesario dar a cada objeto lo que podríamos llamar ‘su espacio vital’ que podemos definir como el que necesita cada cosa para que se puedan apreciar sus bondades. Comprendo que el organizador de la exposición caiga en atiborrar, por ejemplo, las paredes de cuadros, mezclando los tamaños de éstos para que quepan más. La visión de tales paredes es lo que te calienta la cabeza. Por desgracia eso ocurre en muchos museos.-Pues mira -me interrumpió mi amigo- eso es lo que me ha pasado a mí y te cuento. Fui al Museo del Louvre, en París, y quería ver el cuadro de la de la sonrisa, la Gioconda. Pues venga de ir a diferentes salas y no conseguía encontrarlo. Vi cuadros ‘a punta de pala’. Unos muy bonitos, otros no tanto, hasta que me cansé y salí sin conseguir ver el cuadro objeto principal de mi visita. Comprenderás que no iba de muy buen humor. Y además mi mujer tomándome el pelo con lo de la sonrisita.-Hombre -le contesté- ahora hay esas especies de teléfonos que te explican los cuadros, pero no te ayudan a localizar el que buscas. En las exposiciones temporales, que a mi me encanta visitar, es donde se encuentran con demasiada frecuencia, poca iluminación, o lámparas que te deslumbran y dificultan ver un cuadro. Pero no seamos negativos, la visita a una exposición siempre es ilustrativa, se puede aprender muchas cosas y por lo tanto es provechosa. Hay algo que a mí me satisface después de la visita. Y es comprar el catálogo. Suelen estar bien hechos y te permiten recordar lo que has visto. -Sí, -me dijo mi amigo- allí en el Louvre, a la salida, vendían muchos catálogos. Bien caros, y gracias a uno de ellos le enseñé a mi mujer el cuadro de la de la sonrisa. Tuve choteo para toda la tarde. Lo que es la incultura. Luis de Azcárate Diz luisazcaratediz@yahoo.es