Hace algún tiempo, en esta misma sección, denunciaba el fraude de la enseñanza del segundo idioma moderno en Secundaria y Bachillerato, pues lo que, en teoría, se presentaba como “un avance sustancial en el desarrollo de la diversidad lingüística de los alumnos”, no iba a corresponderse con la penosa realidad de una asignatura devaluada desde el principio, dado su carácter optativo y su exclusión de las pruebas de acceso a la universidad, lo que la convertía ipso facto en una ‘maría’, una pérdida de tiempo, en detrimento -argumentan algunos- de otras materias consideradas útiles.

Hoy, tomando como punto de referencia un artículo firmado por José Grau (1), pretendo llamar la atención acerca de la precaria situación de asignaturas que, como el latín, la música o el inglés padecen la clamorosa deficiencia del sistema educativo español. Prácticamente desaparecido el latín, sumado al hecho de que la asignatura de Cultura Clásica es optativa, nuestro déficit cultural se acrecienta hasta el punto de no saber quiénes somos, sin caer en la cuenta, en palabras del profesor Villa Polo, de “que no cabe una sociedad culta si no se tiene un conocimiento básico de sus raíces”.

En cuanto a la música, un arte escasamente apreciado en nuestro país, estamos ante otra de las asignaturas relegadas y mal impartidas, por lo que, a diferencia de otros países europeos, es altamente improbable que un alumno sea capaz de leer una partitura y menos aún de tocar un instrumento, por no hablar del desconocimiento de las obras que conforman el gran repertorio, algo que no puede suplir la asistencia esporádica a algún concierto para escolares.

Y, por último, ¿qué decir del inglés, la lingua franca de nuestro tiempo? Voces autorizadas como las de los profesores Nicholson y Vaughan son concluyentes y expresan el desencanto de cuantos nos dedicamos a la enseñanza de idiomas: “No se enseña bien ni en primaria, ni en secundaria ni en las universidades. En la mayoría de los centros de España el inglés se sigue enseñando como si fuera una lengua muerta. Los profesores no hablan inglés en clase y presentan las estructuras gramaticales como una serie de ecuaciones o fórmulas matemáticas que los alumnos deben memorizar para reproducir en el examen…”

Para el profesor Vaughan, “hacer algo realmente eficaz implicaría el despido del 70% de los profesores, lo cual no es una solución realista”. Una alternativa posible consistiría en “añadir al aula un auxiliar de conversación nativo”, algo esencial para la adaptación a un sistema fonológico que nos es extraño.

Sea como fuere, urge modificar unas estructuras obsoletas que se han mostrado absolutamente incapaces de que un alumno, tras 12 o más años, pueda mantener una conversación en inglés, pues empieza por no entender y sólo es capaz de articular algunas frases más o menos conexas. Ante este fraude, hay quien piensa que ello debería conllevar la asunción de responsabilidades por parte de aquellos que, habiendo ejercido la tutela académica durante tantos años, han permitido que jóvenes bien formados en otras ramas vean frustradas sus expectativas profesionales por no habérseles dotado de una habilidad práctica de la que, por cierto, no carecen sus colegas de otros países de la UE.

(1) ABC Sevilla, 30-01-2012