“Veritas odium parit” (La verdad engendra odio)
Terencio

En mi artículo ‘Anglomanía y neologismos’ (I), me lamentaba de la omnipresencia en los medios de comunicación de tanto voraz anglómano, de tanto advenedizo que, con evidente menosprecio de la lengua propia, adopta expresiones y acuña latiguillos y tópicos que, sembrados al viento de oyentes y lectores, adquieren carta de naturaleza en el habla cotidiana.

Tal es el caso de esa sandez gramatical conocida ad nauseam como violencia de género, para cuyo análisis y explicación me permito recurrir al profesor Rodríguez Adrados, uno de nuestros más prestigiosos filólogos, defensor, no del purismo a ultranza -como algún espíritu malévolo (algún ‘invisibilizado/a’, podría objetar- sino de la realidad sustancial e histórica de la lengua, y ello como resultado de lustros de investigación y estudio, conceptos estos que se oponen a lo que constituye, en mi opinión, uno de los males de nuestro tiempo: la improvisación. Lamentablemente, al leer la prensa, escuchar la radio o ver la televisión constatamos que el idioma padece un empobrecimiento inquietante, especialmente perceptible en la sintaxis y en el uso improcedente de neologismos y barbarismos, consecuencia, en muchos casos, de traducciones erróneas.

Así pues, volviendo al tema que nos ocupa, comencemos por aclarar, por enésima vez, que la expresión violencia de género procede del inglés gender violence; asímismo, en principio, gender y género se corresponden, tienen un origen común en griego (genos), latín (genus), por lo que un genos o genus o genre (francés) o gender (inglés) es un grupo, clase o tipo dentro de un conjunto más amplio. El género es anterior a la especie, por lo que se habla del género humano, de los géneros literarios, etc. Pero, además del sentido general, estas palabras tomaron a veces sentidos especializados y, en consecuencia, genos, genus, genre, género y otras palabras hacían referencia al ‘género gramatical’, mas no así en inglés, que lo perdió, por lo que gender quedó libre de ese uso y pasó a significar sexo, palabra que el puritanismo británico tendía a proscribir. Es decir, el sentido general es el mismo en inglés y las demás lenguas, pero el específico no.

Por tanto, al traducir el gender sexual por género, no solamente se atribuye a esta palabra un significado que no tiene, sino que se introduce una grave confusión: masculino y femenino, los dos géneros, no se refieren de por sí, ni mucho menos, al hombre o a la mujer, el macho o la hembra. Son clasificaciones gramaticales muy complejas. Resulta evidente -prosigue Rodríguez Adrados- que la violencia la ejercen personas y no entidades gramaticales; el género masculino y el femenino pueden indicar sexo: el niño y la niña, por ejemplo; pero nada tienen que ver con el sexo, por ejemplo, la silla y el banco o la sandía y el melón. Y otras veces el género simplemente falta, se especifica a través de la concordancia: el estudiante y la estudiante.

En resumen: gender y género son típicos ejemplos de lo que en inglés se conoce como ‘false friends’ o falsos amigos, esto es, palabras que parecen o suenan como en nuestro propio idioma, pero que tienen significados distintos y cuya traducción equívoca da lugar a errores manifiestos, aunque fáciles de detectar si se consulta un diccionario especializado (1) Por consiguiente, género en la expresión violencia de género es un anglicismo innecesario puesto que, como se afirma más arriba, el género es una mera clasificación que, por lo general, nada tiene que ver con hombres y mujeres, dando por sentado, insisto, que los géneros gramaticales no ejercen violencia el uno frente al otro, sino sólo las personas. Dígase pues violencia sexual o, si se prefiere, violencia doméstica. Y, de paso, evitemos expresiones tales como crisis severa, restan diez minutos para las nueve, emergencia (2), ranking, premiere, bullying, mobbing (el locutor enfatiza y pronuncia ‘múbin’)… y utilicemos en su lugar “grave crisis”, “son las nueve menos diez”, “urgencia”, “clasificación”, “estreno” (e incluso ‘primera exhibición’), “intimidación” o “acoso”… Aunque, pensándolo bien, no hay que hacerse demasiadas ilusiones y esperar una rectificación de quienes manejan los medios y, menos aún, de ciertas instancias oficiales, responsables de más de un desaguisado y empecinados, por lo que se ve, en reinventar la gramática y perseverar en el error.

Miguel Fernández de los Ronderos
miguelfdezronderos@hotmail.com