“¿Qué es la vida sino una paradoja?”
(Oscar Wilde)

Ciertamente, la existencia de Oscar Wilde constituye un ejemplo singular de lo paradójico, de lo que parece imposible, pues expresa dos conceptos opuestos pero que, en su aparente contradicción, contienen algo de verdad. Y así gustaba de reiterarlo el propio Wilde: “la paradoja -decía- es la única verdad que existe”; “la vida es un conglomerado de paradojas, o una sucesión de paradojas”; “una paradoja es una verdad expuesta en palabras al parecer insinceras”; “todo movimiento de la vida va acompañado de su antítesis”.

¿Por qué, transcurrido más de un siglo, la obra de Wilde conserva tal vigencia y nos parece, digamos, tan ‘actual’? ¿Cuál es la razón por la que compartimos, hoy, en los albores del siglo XXI, muchas de sus agudas observaciones acerca de la sociedad, la política o el arte de su tiempo? ¿Tal vez porque vemos en ellas, como si de un espejo se tratase, un reflejo de nuestra sociedad? ¿O quizás, también, porque tenemos la íntima convicción de que el hombre no ha cambiado sustancialmente, y sigue siendo vanidoso, engreído de un saber que dice poseer, superficial en sus juicios, vulgar en sus gustos, huero en sus reflexiones, egoísta en su comportamiento…?

Conviene recordar, empero, que. algunos críticos e historiadores, aún reconociendo su ingenio -no exento de cierto cinismo- , su afición por la paradoja y su peculiar sentido del humor, han tachado a Wilde de frívolo y diletante, algo así como un dandy de la literatura, sin valorar debidamente, pienso, su profundo conocimiento de la cultura clásica grecolatina, de arte y filosofía, adquiridos, primero, en el Trinity College de Dublín, ampliados, posteriormente, mediante una beca, en Oxford; ni tampoco su búsqueda constante de un ideal estético o, incluso, su dominio de otras lenguas (Salomé fue escrita en francés).

En cuanto a su obra, podría clasificarse en dos grupos nítidamente diferenciados: uno, representado por el lado más hondamente trágico de su existencia, tal es el caso de ‘De Profundis’, especie de confesión en prosa; ‘la Balada de la Cárcel de Reading, testimonio conmovedor de sus años de presidio, y el ‘Retrato de Dorian Gray’, en donde analiza la destrucción del individuo, mediante la búsqueda del placer, negando la existencia de cualquier otro modelo de conducta e intentando convertir la vida en un juego artístico, lo que nos lleva a recordar que Wilde, el representante más brillante del grupo de los estetas, conocido también como los Decadentes, preconizaba la doctrina del ‘Arte por el arte’, en clara alusión a su admirado Baudelaire.

El otro grupo lo integrarían, esencialmente, sus comedias: ‘El abanico de Lady Windermere’, ‘Una mujer sin importancia’, ‘Un marido ideal’ -en el que aborda el tema de la corrupción, bajo el disfraz de la ‘buena sociedad’- y, por último, ‘La importancia de llamarse Ernesto’, considerada como su obra maestra, con la llamativa excepción del vitriólico crítico y eminente autor teatral George Bernard Shaw, para quien el ingenio de Wilde era “odioso y siniestro”.

En sus conversaciones con el actor y escritor Cooper-Prichard, gran amigo de la familia, Wilde se explaya en consideraciones y comentarios irónicos, cuando no hirientes, todo ello envuelto en un estilo literario impecable -se dice que hablaba como escribía-, lo que habría de contribuir decisivamente a la difusión de sus juicios y apreciaciones, muchas de las cuales hago mías y que, en consecuencia, me permito trasladar al lector. Valgan algunos ejemplos referidos a la literatura:

-“La literatura no tiene el monopolio del pensamiento, pero su especial misión es expresarlo por medio de la palabra escrita. Cualquier asno que pueda empuñar una pluma puede escribir tonterías, pero hasta las tonterías se pueden escribir de modo que resulten artísticas”.
-“Lo de menos en una composición literaria es lo que se escribe”.
-“Nunca escribas una línea en la que tú mismo no creas”.
-“Las tres cosas esenciales para escribir son: imaginación, creación y expresión”.
-“La fantasía no se atreve a ser tan extraña como la verdad”.
-“La pintura es literatura hecha en pigmentos en vez de en palabras, con colores en vez de tinta”.

Como puede apreciarse, Wilde se caracterizaba por una irritante sinceridad (“un poco de sinceridad es peligroso, y mucha es absolutamente fatal”) lo cual, a la postre, le abocaría a un final tan injusto como patético. Pero ello será tema de un próximo trabajo, contando, eso sí, con la indulgencia de mis hipotéticos lectores.

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