“La lengua es el traje del pensamiento”
(S. Johnson)

Tras un paréntesis musical (Field, Martín y Soler, Arriaga) me permito volver a un tema -el idioma y el buen uso del mismo- que estimo de suma trascendencia en la formación del individuo. Partiendo de la premisa de que la lengua es un ser vivo que, como tal, debe adaptarse a la constante evolución que imponen los innumerables avances y descubrimientos en los campos tecnológicos, científicos o informáticos, e incluso los nuevos conceptos y formas de vida, tanto en lo político como en lo social, llegamos a la conclusión de que ello obliga no sólo a centrarnos en el qué (el objeto de nuestro comentario) sino también en el cómo (la forma de expresarlo).

No parece, sin embargo, que ello constituya especial preocupación para ciertos ‘habladores, decidores y escribidores’ que pululan por emisoras y periódicos con desigual fortuna, asestando mandobles a troche y moche a esta sufrida lengua nuestra que, como prueba de fortaleza y vitalidad resiste a este acoso inmisericorde.

Recojo al azar algunos ejemplos, no por reiterados menos llamativos y merecedores de comentario: temas como la delincuencia, el infortunio de determinados sectores sociales o la mal llamada ‘violencia de género’, proporcionan material cotidiano digno de ser comentado. En ocasiones, el abuso de un término, conduce inevitablemente, a su depreciación. Tal es el caso de ‘presunto’, ‘presunción’ o ‘presuntamente’, pues lo que en un principio hace referencia a la apertura de diligencias judiciales, se convierte, motivado en parte por una obsesión casi enfermiza de ‘ultra garantismo jurídico’, en una reiteración ad nauseam – (Leo en un periódico local que “el presunto homicida, a quien se intervino una navaja con la que presuntamente habría agredido a su víctima -que yacía muerta a sus pies- fue detenido …”).

Otro tanto sucede con ‘catástrofe humanitaria’ (cosa bien distinta de ‘ayuda humanitaria’), pues se entiende por humanitario aquello ‘que mira o se refiere al bien del género humano’, o bien ‘caritativo, benéfico, benigno’, por lo cual debemos referirnos a tan desdichada situación como ‘catástrofe humana’ o que afecta a la humanidad.

¿Y qué decir de valorar positivamente o, más aberrante aún, valorar negativamente? ¿Por qué no emplear ‘estimar satisfactorio’, ‘mostrar su conformidad’, o bien ‘rechazar’, o ‘expresar su disconformidad’? Frecuentemente leemos o escuchamos que ‘…los representantes del sector han valorado positivamente la propuesta …’, lo cual es una redundancia (el profesor ‘valora el esfuerzo’ de sus alumnos). Asimismo, en muchos casos, ‘valorar’ reemplaza indebidamente a ‘analizar’ o ‘estudiar’, por no hablar de ‘valorar los daños’, donde debiera decirse ‘evaluar los daños’.

Encontramos también, entre las ‘novedades’ de cada día, el uso sistemático del ‘no’ delante de un sustantivo, como cuando se dice la no presencia, la no comparecencia o la no procedencia, desterrando, por ‘obsoletos’ -diría el cursi de turno- ‘ausencia’, ‘incomparecencia’ o ‘improcedencia’. Del mismo modo, por la puerta trasera del idioma se cuelan expresiones tales como con la complicidad de fulano- nada de ‘colaboración’ o ‘cooperación’-, ingenioso recurso donde los haya mediante el cual se despoja a ‘cómplice’ y sus derivados de cualquier connotación delictiva, lo cual bien puede hacerse extensivo ¡que no extensible! a conjurarse (‘un grupo de intérpretes se han -nada de concordancia- conjurado…’) donde el ‘decidor’ de marras bien pudiera utilizar ‘comprometerse’, ‘unirse’…

Y como punto final -no punto y final- a mis reflexiones de hoy, traigo a colación ‘polémica’ y ‘polemizar’, pues ambos términos, de origen griego, hacen referencia al arte de la guerra (ofensiva y defensiva) y, en su acepción más frecuente, a una controversia por escrito, generalmente sobre materias teológicas, políticas, religiosas o literarias. Resulta evidente, al escuchar que tal o cual decisión arbitral “ha generado una gran polémica”, que nos hallamos ante una calificación grandilocuente de un hecho nimio.

En fin, me permito citar nuevamente al poeta y lexicógrafo Samuel Johnson, inspirador del primer diccionario en lengua inglesa, quien, al ser preguntado por el uso de una palabra, respondió: “Ignorancia, señora. Pura ignorancia”.

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