En un momento como el actual, en el que la lengua se ve zarandeada y vapuleada de forma inmisericorde por “habladores, decidores y escribidores” -como muy atinadamente les calificaba el profesor Lázaro Carreter- no viene mal hacer una modesta incursión en algunos temas que, como el que abre este comentario, atraen nuestra curiosidad y atañen de cerca a la expresión del idioma.

Para empezar, si consultamos el término ‘eufemismo’ (en griego: empleo de una palabra favorable) veremos que éste se define como “modo de decir para expresar con suavidad o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante: ‘dejar de ser joven’, por ‘ser viejo’, sería un ejemplo de eufemismo.

Tomando como referencia un ensayo curioso y singular de los profesores Chamizo Domínguez y Sánchez Benedito, maestros curtidos en el arte del bien enseñar, me permito comentar este fenómeno que, tal como puede apreciarse a diario en los distintos medios de comunicación, consiste en eludir a toda costa, aún a riesgo de desvirtuar la realidad, llamar a las cosas por su verdadero nombre, en la creencia, errónea, de que, revistiéndolas de un disfraz ‘pseudo correcto’, se dota de mayor contenido y dignidad a las correspondientes funciones laborales o profesionales y a quienes las desempeñan, en un intento de encubrir circunstancias de índole social o personal cuyo verdadero significado nos resulta, digamos, ‘desagradable’ de percibir.

Bien pensado, el eufemismo y el disfemismo constituyen casos particulares de la metáfora, palabra que, como es sabido, procede asimismo del griego -llevar más allá- y que consiste en “trasladar el sentido recto de las voces en otro figurado, en virtud de una comparación tácita”: ‘la luz del espíritu’, ‘la primavera de la vida’ serían claros ejemplos de metáforas.

Según los profesores arriba citados, el eufemismo tiene unas propiedades fundamentales que son las que le confieren su relevancia: la primera es la de permitir nombrar lo innombrable; la segunda, la ambigüedad, y finalmente, el hecho de que el término eufemístico no pueda ser sustituido por el término tabú (1) o por cualquier otro.

La muerte o el lenguaje erótico son algunos de los campos en los que resulta más común hacer uso -buen uso, diría yo aquí- de esta figura retórica, no exenta, en ocasiones, de una buena dosis de humor e ingenio, lo que suele ser de agradecer en la descripción de hechos y situaciones no siempre gratos de describir. Cuando decimos, pongamos por caso, que Pedro ‘pasó a mejor vida’, aunque parecía imposible dada la vida que llevaba, se está transmitiendo una información sobre cómo vivía el difunto, lo cual no hubiera sido posible si se hubiera utilizado ‘falleció’ o ‘feneció’, por ejemplo. Cuando decimos “ir al baño” o “ir al aseo”, empleamos un eufemismo, pero, si en vez de esto, decimos “cambiar el agua al canario”, en este caso, estaremos ante un claro ejemplo de disfemismo. Esto último me trae a la memoria aquello de ‘public conveniences’, eufemismo genuinamente victoriano que aún puede leerse en algunas ciudades inglesas en velada alusión a ‘ciertos lugares’.

Dado que el eufemismo, insisto, se suele emplear para ocultar o disimular realidades desagradables para el lector, el hablante o el oyente, una de sus funciones básicas es la atenuación de una evocación penosa. Así pues, se dice de una persona francamente fea que es ‘poco agraciada’; de los pobres que son ‘indigentes’; de los viejos que pertenecen a la ‘tercera edad’; y de los países pobres, incluso de aquéllos en los que la mayoría de la población está en una miseria tan absoluta como para que muchos de ellos mueran de hambre, que son ‘países en vías de desarrollo’, ‘países surgentes’ o ‘países del tercer mundo’; en la misma línea, los que antes eran enfermos agónicos o moribundos son ahora ‘enfermos terminales’.

Abundando en lo mismo, y en referencia a la pretensión de dignificar determinadas profesiones, incluso desde el lenguaje burocrático y de la propia administración pública, se han ido imponiendo denominaciones tales como ‘ingeniero técnico’ por perito o aparejador; ‘profesor de enseñanza primaria’ por maestro; ‘profesores asociados’ por profesores no numerarios; ‘profesoras en partos’ por comadronas o matronas; ‘conserjes’ por porteros de un edificio, o incluso aquello de ‘enseñantes’ (que no docentes) por profesores, ‘segmento lúdico’ por recreo… aunque esto último pertenece a un terreno, la jerga oficial, en el que nos adentraremos en otro momento.

En consecuencia, ante esta moda de lo que podría llamarse ‘corrección político-social’, esa obsesión por pretender que las cosas no parezcan lo que realmente son, no tengo inconveniente alguno en compartir la reciente afirmación de un político extranjero sobre lo que él llama la ‘tiranía de los eufemismos’.

(1) Tabú: término polinesio (literalmente ‘lo prohibido’).