Las vacaciones suponen siempre un parón en nuestra rutina laboral para recargar las pilas y volver con más ánimo al trabajo; pero esto no siempre es así. A veces nos cuesta mucho volver a coger el ritmo y hasta hay quien termina por caer en una especie de depresión insufrible.

El Síndrome Posvacacional es un conjunto de síntomas y signos que suele padecerse tras un periodo largo de vacaciones. Es una sensación de debilidad generalizada, astenia e incluso pérdida de apetito. Puede haber problemas de insomnio y se ve limitada la capacidad de concentración. Hay una sensación de desidia, bloqueo e incapacidad para tomar decisiones; lo que hace imposible ordenar la agenda y poner en marcha todas las gestiones o encargos propuestos. Así se entra en un círculo vicioso en el que el trabajo se va acumulando, con lo que se añade al nuevo trabajo por realizar, aumentado por el retraso de toda la tarea acumulada a lo largo del periodo vacacional. Suelen darse cambios de carácter, con cierta agresividad. Las relaciones con los demás pueden deteriorarse, sufriendo las consecuencias las personas más cercanas en el trabajo y en el hogar.

Según los estudios estadísticos, suele afectar al 40% de los trabajadores; y lo sufren más los hombres que las mujeres. Se da más entre personas en la franja de edad comprendida entre los 25 y los 40 años.

José Gil Martínez, catedrático en Psicología de la Universidad de Valencia, afirma que el aumento del número de personas afectadas en los últimos tiempos por el síndrome es consecuencia de la evolución de una sociedad "cada vez más orientada hacia el ocio", lo que provoca "una mayor dificultad para volver a adaptarse al trabajo cuando se ha tenido demasiado tiempo libre".

Pero, ¿por qué se produce?

El desajuste horario es la principal causa. También el cambio en el ritmo diario y en los ciclos de sueño-vigilia, así como la variación en las comidas y, sobre todo, la radical alteración en nuestra vida social. Si a esto le añadimos el regreso a un entorno de exigencias y a un ritmo en el que el trabajo es poco gratificante, donde hay una clara falta de autonomía, con sobrecarga laboral y más que probables problemas con los jefes; el caldo de cultivo está servido.

Y, ¿cómo remediarlo?

El mejor remedio es prevenir su aparición. El periodo vacacional nos permite una libertad que no se tiene en otros periodos del año, con una desatención de horarios, sin un orden prefijado en las actividades. Por lo tanto, mantener cierto orden durante las vacaciones nos permitirá que sigamos con una dinámica que no rompa totalmente los biorritmos que nos marca nuestra propia Naturaleza.

A medida que nos acercamos al fin de las vacaciones, una vuelta progresiva, aunque no sea completa, a nuestra rutina habitual puede favorecer que ese cambio no resulte tan dramático. También habría que evitar una motivación personal excesivamente centrada en las vacaciones. No podemos estar deseando que lleguen las vacaciones durante la mitad del año y lamentándonos de que se hayan acabado durante la otra mitad.

A la vuelta, lo mejor es no dar por finalizadas las vacaciones de una manera radical. Un paseíto por la tarde, al terminar el trabajo, con una cerveza compartida con los amigos nos ayudará a ir adaptándonos poco a poco al ritmo del otoño. Revisar las fotos del verano, comentar anécdotas, saborear con agrado el tiempo disfrutado y no hablar con resignación hará el regreso menos traumático.

En la oficina es conveniente ordenar la mesa de trabajo evitando los montones caóticos y el desorden que llega a agobiar. Debemos hacer un esfuerzo e intentar organizar la agenda con un orden de prioridades, diferenciando lo importante de lo urgente.

Si a pesar de todo lo anterior, la sensación de agobio, apatía y desánimo persiste durante más de dos semanas, es posible que necesitemos la ayuda de un especialista.