Las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando. Ya no es garantía de éxito el tener un cociente intelectual más alto o tener un montón de títulos académicos acumulados. Ahora lo importante es tener inteligencia emocional. Lo que prima es la capacidad de entender los sentimientos de los demás y trabajar en equipo uniendo sinergias.

Daniel Goleman lo dejó claro en sus famosos libros sobre la inteligencia emocional: "La excelencia depende más de las competencias emocionales que de las capacidades cognitivas.". "Incluso en las profesiones técnicas y científicas, el pensamiento analítico ocupa un tercer lugar, después de la capacidad de influir sobre los demás y de la motivación de logro". "La capacidad de percibir este tipo de sensaciones subjetivas tienen un origen evolutivo. Las regiones cerebrales implicadas en las sensaciones viscerales son mucho más antiguas que las del centro del pensamiento racional". "Los circuitos nerviosos ligados a los centros emocionales (la amígdala) nos proporcionan una respuesta somática -una sensación visceral- de la decisión que debemos tomar".

Lo cierto es que nuestra mente no funciona como un ordenador que procese los argumentos racionales a favor y en contra de una determinada decisión, basándose en los recuerdos acumulados de ocasiones anteriores en las que hayamos tenido que afrontar una situación similar. No. Lo que hace nuestra mente es analizar la impregnación emocional que han dejado las experiencias anteriores obteniendo así una intuición o consejo visceral que nos ayude a tomar la decisión que más nos favorezca.

Dice el autor en su libro que las emociones descontroladas pueden convertir en estúpida a la gente más inteligente. Esto es especialmente dramático en los primeros segundos del encuentro de dos personas.

Las conclusiones de un estudio realizado en Harvard indican que las personas pueden experimentar intuitivamente, en los primeros 30 segundos de un encuentro, la impresión básica que tendrán a los quince minutos… o al cabo de medio año.

En el libro de Goleman se explican las competencias emocionales, empezando por la competencia personal, que es el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos; la conciencia emocional: reconocer las propias emociones y efectos; la confianza en uno mismo: seguridad en la valoración que hacemos sobre nosotros y sobre nuestras capacidades. Después habla de la autorregulación o control de nuestros estados, impulsos y recursos internos, como el autocontrol; la integridad de nuestra actuación personal; la flexibilidad para afrontar los cambios y la innovación o capacidad de sentirse abierto ante las nuevas ideas. También habla de la motivación de logro; el compromiso con un grupo u organización; la capacidad de iniciativa y el optimismo. Por último explica la competencia social; la empatía y las habilidades sociales, definido como la capacidad para inducir respuestas deseables en los demás. Todas estas serían las características que poseería la persona emocionalmente competente o emocionalmente inteligente. Pero ¿qué ocurre cuando se da la incompetencia emocional? O, peor aún, el liderazgo emocionalmente incompetente; es decir, el ‘analfabetismo emocional' de un líder.

Tras una investigación realizada con altos ejecutivos que habían acabado fracasando se llegó a la conclusión de que todos tenían una serie de rasgos en común:

1. Eran personas muy rígidas, incapaces de adaptarse al cambio y asimilar o responder adecuadamente a la información que recibían sobre los rasgos que debían cambiar o mejorar. En general no tenían una gran capacidad de escuchar y aprender.

2. Sus relaciones eran muy pobres. Eran personas que criticaban muy severamente, insensibles o con exigencias exageradas que terminaban confundiendo a sus subordinados.

3. En cuanto al autocontrol, eran líderes que soportaban mal la presión y tendían al mal humor y los ataques de cólera. El directivo con éxito no pierde el equilibrio durante las situaciones tensas, sino que aún en medio de la crisis mantiene su serenidad.

4. Todos los fracasados reaccionaban defensivamente ante los errores y las críticas, negándolas, encubriéndolas o intentado descargar su responsabilidad sobre otras personas. Por otro lado, mostraban un exceso de arrogancia, agresividad o prepotencia.

¿Conoce a alguien así?… ¿Tiene un jefe analfabeto emocional?

Lo siento.